lunes, 20 de junio de 2011

José Caridad González: ¿héroe o mártir de Curazao? A 216 años.., por José Millet

José Caridad González: líder social curazoleño de origen luango asesinado durante la insurrección armada de Coro el 12 de mayo de 1795.


Por José Millet*

milletjb2007@gmail.com

Resumen:

La insurrección armada desencadenada el 10 de mayo de 1795 en la parte rural montañosa de Coro, en general ha sido vista por la historiografía tradicional venezolana con casi los mismos términos racistas producidos por las autoridades españolas que la enfrentaron en su escenario local: como una rebelión de “negros” esclavos, liderada por algunos cabecillas “de color” denominados “los libres”-integrados por mulatos y mestizos, así como por africanos antes esclavizados que habían alcanzado su libertad por diversos medios y modos, como el cimarronaje, la compra de su “libertad” y la manumisión, --, cuya influencia nefasta sobre la esclavitud fue vista como una “infección” causal principal, seguida por influencias externas de igual efecto negativo, como las provenientes del levantamiento (1791) de los “jacobinos negros” de Haití. Debajo de esta entramada racista invisibilizaron las reales causas económicas y sociales producidas por el sistema capitalista al explotar la mano de obra esclava y generar irreconciliables injusticias, a las que se enfrentaron, silenciosamente, aquellas masas super expoliadas, cuyo decisivo papel también ha sido oculto e integradas por africanos sometidos a la condición de esclavos y libres, indios, mulatos y mestizos, como José Leonardo Chirino y el curazoleño José Caridad González, cuyo liderazgo indiscutible no debe reforzar el ocultamiento del papel de aquéllas.

Este artículo es parte de un estudio que presenta e interpreta los hechos según la documentación primaria oficial y los testimonios de los supuestos reos que quedaron vivos, los testigos y otras fuentes de información primaria, con la intención de ofrecer las evidencias de que la matanza de los insurrectos comenzada en Caujarao el día 12 en la mañana fue una reacción normal del Poder de España frente a acciones violentas de los insurrectos, pero también formó parte de un plan en el que hay que inscribir el secuestro, encarcelamiento y ulterior asesinato sumario de luchadores sociales, como José Caridad, quien se había atrevido a desafiarlo en la década de 1770 en que reclamó-- ante las cortes españolas-- el derecho de sus compañeros de nación luanga a las tierras en las que habían laborado pacíficamente durante largo tiempo y de las cuales pretendían despojarlos testaferros al servicio de los terratenientes-- miembros de la godarria coriana--, en conchupancia con Manuel Carrera, representante entonces del Rey en Coro en su condición de Justicia Mayor, que lo enfrenta 20 años atrás en sus reclamos y quien, formando parte de uno de los 2 destacamentos armados que se organizan para perseguir y matar a quienes escaparon con vida de la “batalla” del día 12 en Caujarao, elabora en un detallado y juicioso informe su retrato, como núcleo de los argumentos usados para proporcionar fundamentos de autoridad a su apresamiento, secuestro y ulterior liquidación física por órdenes de su sustituto, el Justicia Mayor Mariano Ramírez Valderrain, quien elabora la versión de haber pretendido fugarse en compañía de dos de sus lugartenientes de nación luanga, quienes también fueron ajusticiados in situ junto con él.

Pretendo desmontar la telaraña orquestada desde entonces por el dominio colonial español alrededor de José Caridad, con la mal intención de sentar el nefasto antecedente de verlo como persona “perversa”, traidor y ocultar con ello sus cualidades de luchador revolucionario, líder social y héroe de la lucha de liberación de nuestros pueblos del Caribe frente a las diversas formas en que se ha ejercido la esclavitud, pelea que aportó innumerables heridos, apresados, torturados y ajusticiados sumariamente sin ningún tipo de pruebas, como los inocentes que fueron asesinados durante la escaramuza del día 12 y, horas después, en que fueron decapitados en la plaza pública de Coro 24 aprehendidos “heridos y aturdidos”, en cuyo contexto de tarde sangrienta de Coro fue asesinado el curazoleño objeto de nuestra presentación y algunos de sus compañeros de origen luango.

A esos mártires cuyos nombres no aparecen en ningún monumento conmemorativo y cuyos rostros han permanecido ocultos durante más de doscientos años…a esos héroes anónimos de nuestro pueblo, ayer sufrido y hoy redimido para siempre, les llegó la hora de entrar al altar de Patria, forjada con su sangre inocente y el sacrifico de sus vidas. Entre ellos se encuentra José Caridad González y sus aguerridos compañeros, perseguidos, finalmente expropiados de sus tierras y escasos bienes, expatriados de sus asentamientos serranos de Macuquita, La Chapa y sitios aledaños, encarcelados sin juicio ni pruebas en Puerto Cabello o condenados a servir en condición de esclavos en las bajeles de la Armada de su Majestad El Rey de España “a ración” y grillete, para, luego de haber sufrido tales infamantes suplicios, finalmente—quienes lograron sobrevivir--, ser declarados inocentes.

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“¿Este mismo Leonardo no declaró que el reo Principal Josef de la Caridad González estava inocente? Leonardo no depuso que Don Josef de Tehellería havia premeditado el levantamiento sitando para ello algunas personas que con solidez han contradicho tan calumniosa acersión?”

Don Juan de la Paz en defensa del reo Custodio Chirinos (Doc., TII, p. 95)

Uno de los tantos actos de “invisibilización” en las historias de los pueblos de Nuestra América ha consistido en hundir debajo de las aguas del río a personalidades destacadas en los procesos de luchas o de cambios sociales significativos, más si tales actores pertenecen a las que se presentan en las historias oficiales como las “clases bajas” (1). Abocados este año (2010) al inicio de la conmemoración del Bicentenario de la independencia de Venezuela, nos propusimos explorar algunos de los circunstancias de este importarte cambio de la historia en que determinados grupos sociales se lanzaron a la odisea de romper el dominio del Imperio de España en nuestras sociedades coloniales. Nos esforzaremos por llevar adelante un análisis del complejo, y a menudo enrarecido, entramado étnico-cultural y, de ser posible, enfocándolo en sus relaciones con una de las subregiones también sumergidas, en este caso en las salobres aguas de un mar que lleva el nombre amerindio Caribe.

Mientras diseñábamos el capítulo dedicado a la historia étnica del Atlas Etnográfico del Estado Falcón (2), resultó realmente excitante llevarlo adelante centrados en el análisis de uno de los acontecimientos que, sin lugar a ninguna duda, se inscribe en el proceso de liberación social y que forma parte del proceso de la independencia de nuestros pueblos: la insurrección de los grupos sociales, de diverso origen étnico, más radicales de Coro –los africanos esclavizados y los negros, mestizos, mulatos y amerindios libres—, sobre todo los que habitaban en sus serranías costaneras, que tenían como centro el denominado Valle de Curimagua. Estos grupos fueron capaces de organizar y arrastrar tras de sí a importantes masas de africanos que trabajaban en sus haciendas en condición de esclavitud, a mulatos, mestizos e “indios” que trabajaban la tierra o prestaban sus servicios en condición económica no de serviduembre, en relación con sus medios de producción. Después de la Revolución haitiana, este levantamiento social armado, ocurrido en mayo de 1795, debe ser visto como una de las tentativas de lucha antiesclavista y de reivindicaciones no sólo sociales y económicas, sino asimismo políticas, más importantes de la historia patria venezolana y del Caribe.

El presente artículo (3), en proceso de redacción, se propone contribuir a reivindicar al héroe curazoleño de origen étnico luango o loango (4) José Caridad González, quien se ha visto largamente envuelto en una serie de valoraciones equívocas originadas por la imagen negativa que generaron las autoridades coloniales españolas en Venezuela desde los días posteriores al arranque mismo de lo que éstas calificaron de “sublevación de negros” de Coro, que involucró tanto a la parte rural serrana como a la urbana (5). Un largo silencio condenó al olvido a los seres humildes, actores principales de aquella gesta, integrados por africanos sometidos a la afrenta lessa Humanidad del sistema esclavista y a una numerosa serie de tipos sociales fruto del mestizaje biológico, inter-étnico y cultural que tuvo lugar en la sociedad colonial signada por ese estigma humano. Entre estos últimos grupos sociales marginados y también explotados, estaban quienes por diversos modos y medios habían logrado escapar a la servidumbre, o comprado su libertad, y eran denominados “los libres”: los negros, mulatos, los denominados “sanbos” y los “indios”, todos con diferente estatus en la sociedad determinado por su relación con el vínculo económico establecido por el amo esclavista, dueño de la tierra, en la plantación esclavista o de las casa de vivienda, ubicada tanto en el campo como en la ciudad, residencia donde también se ejercía la esclavitud doméstica.

De acuerdo con la documentación y fuentes bibliográficas consultadas, José Caridad González actuó con pleno conocimiento y en estrecha relación con uno de aquellos “nuestroamericanos mestizados”, calificado por los historiadores tradicionales con el supuesto etnónimo, convertido en apodo, altamente racista del “Zambo Leonardo” (6). Llamo la atención sobre el uso de tales categorías que califico de racistas, sencillamente porque no existen razas, sino métodos prejuiciados de clasificar al ser humano por el color de la piel, con lo cual se disminuye en este caso a un revolucionario; es decir, al Héroe de Macanillas, al clasificarlo no por sus ideales, valores y acciones, sino desde el punto de vista de la pigmentación de su piel, y al aplicarle el estereotipo cultural de “zambo”, resultante de la mezcla biológica del africano-- identificado con el color “negro”-- y el “indio”, o viceversa.

Con la aplicación de tales categorías raciales, la historiografía tradicional venezolana ha pretendido disminuir el papel desempeñado en aquella gesta por los propios africanos esclavizados en su proceso de liberación humana y de otros grupos sociales a los que estaba asociada su lucha, como los hijos de los españoles en América o criollos, o aun por los caucásicos europeos o “blancos”, quienes se involucraron en ellas. Parafraseando el célebre pensamiento de José Martí que atacaba la visión reaccionaria del hombre a partir de la existencia de supuestas razas, hay que decir que el revolucionario no se mide por el color de la piel; en definitiva revolucionario es más que blanco, negro, indio o a de un tipo social fruto de los prolongados e intensos procesos de mestizaje étnico y cultural que tuvieron lugar entre los pueblo originarios de nuestro continente y los conquistadores europeos, los pueblos africanos y, mucho más tarde, de otros continentes, desde la Conquista, Colonización y el dominio colonial y neocolonial que se produjo aquí a partir de 1492 al presente.

I.- José Caridad González: ¿el líder principal de la insurrección de mayo 10 de 1795?

Llamo la atención con este epígrafe entre signos de interrogación acerca del siguiente asunto a menudo pasado por alto: ¿qué idea han tenido los enemigos de los cambios sociales que llegaron a marcar o se convirtieron en hitos importantes en la historia de los pueblos de cuáles han sido sus causas y los sujetos sociales e individuales que las han animado? Para el hecho objeto de nuestro estudio, las autoridades españolas que lo juzgaron consideraron como la causa principal la influencia o efecto pernicioso de los negros libres en su convivencia con lo que ellas denominaban en la época por esclavitud, o sea, los esclavos Uno de los testimonios analíticos que sirve de soporte fundamental para tal juicio lo elabora Manuel Carrera, quien fuera Justica Mayor en la fecha (1774) en que uno de aquellos “libres” se destacó en la palestra de la sociedad colonial como quien se atrevió a desafiar el poder de la “godarria coriana” con sus reclamos sociales en nombre de sus compañeros de nación Luanga: responde al nombre de Josef Charidad y su retrato vamos a dibujarlo, primero, según la información minuciosa aportada por algunos representantes del dominio de España en la localidad escenario de la rebelión que, según se afirma en casi todas las fuentes bibliográficas autorizadas que hemos consultado, fue encabezada por José Leonardo Chirino.

1.1 La imagen mejor de José Caridad …dibujada por su contemporáneo enemigo español el ex_Teniente Mayor de Justicia Manuel de Carrera.

A veces el mejor retrato de los revolucionarios lo dibujan sus enemigos; este es el caso del que trazó el español Manuel de Carrera, comisionado el día 14 de mayo por el Teniente Justicia Mayor Ramírez de Valderrain, según éste, para perseguir, apresar y traer al resto de los sublevados que habían escapado con vida de la carnicería ocurrida el 12 de mayo en Caujarao o que se encontraban huyendo o escondidos en las estribaciones de la Sierra San Luis. Carrera dirige una de las dos expediciones militares que debían concentrarse en el asentamiento serrano Cabure y la caracterización que hace de nuestro héroe curazoleño la plasma el 14 de junio siguiente desde el Valle de Curimagua, es decir, un mes y 4 días después de haberse iniciado la rebelión. Se trata de un largo informe (J.Jordán: Doc., I, p. 43 a 54) con la pretensión de describir lo que él enuncia como “el origen, el orden progresivo y último período” de una descubrir, según esos tres pasos en que la divide.

1.2.- Cocofrío: sembrador de conciencia entre la población explotada de la Sierra coriana

Establece como principal causa de la rebelión la corrupción de las costumbres de los esclavos llevada a cabo por “los libres”, cuya relación y mal ejemplo produjo tal nefasto efecto en aquéllos. Es lo que sucedió con la idea en torno a la cédula llamada “Código de los negros”, sobre la cual un “enigmático” personaje “cuyo nombre, y apellido se ignora”, llamado Cocofrío les hizo creer que les otorgaba la libertad, cuyo otorgamiento y realización era impedida, malévolamente, por sus amos para evitar así su estricto cumplimiento.

1.3 José Caridad es calificado por el Ex Justicia Mayor Manuel Carrera como autor líder principal de la insurrección de 1795.

Carrera le da el oficio de curandero a Cocofrío, y lo califica de “holgazán”, cuya “detestable mición”, según él, logró calar en la conciencia de los siervos y fue sustituido a su muerte, ocurrida hacía 2 ó 3 años, “por otro mas audas y artifisioso que elevando mas sus miras puede graduarse por el principal autor de la turbación aunque apariencia ha tenido este nombre Josef Leonardo, no siendo en la Substancia sino el segundo…” (Doc., T I, p. 44. Cita subrayada y en negritas: J. Millet). Para respaldar esta afirmación de Carrera, deberá consultarse cada uno y todos los avatares en que se vio envuelto nuestro biografiado curazoleño, los cuales iremos exponiendo más adelante, al menos en sus trazos más elementales desde el punto de vista caracterológico y de su personalidad singular, de ideólogo, líder social y héroe revolucionario de avanzada para su época.

1.4. José Caridad González: políglota

Aquí es que sabemos que José Caridad escapó muy joven de Curazao y se estableció en Coro, donde su “genio vivaz, estrepido, ajil, y activo, le proporcionó su Subcistencia en varios oficios y ocupaciones…” Es decir que, los rasgos más relevantes de su personalidad, se refieren a la decisión de alcanzar la libertad con el riesgo de perder la vida en el intento y, asimismo, a la destellante energía desplegada, junto a la iniciativa, para abrirse paso en un medio desconocido y triunfar en él. Uno de esos éxitos que demuestran su excepcional capacidad intelectual, lo tenemos en la comprobación de que logró apropiarse de varias de las lenguas habladas por los miembros de los Imperios que dominaban el Caribe entonces: “Llegó a dominar la lengua Española quasi como los Patrios” y, asimismo, “con más la hija natural de loango”, es decir, el ki-luango, la lengua hablada por los africanos traídos de una parte del antiguo Reino del Congo. El perfil del políglota lo obtenemos al enterarnos de que dominaba “el papiamento o jergón de Curasao, y alguna tintura del Francés…”

Estamos en presencia, pues, de una personalidad capaz de hacerse del instrumento o herramienta que le da acceso al abolengo de los amos y lo capacita para ocupar cargos para los que otros no están preparados. Al mismo tiempo, ante los ojos de las autoridades españolas dueñas de Venezuela, esto puede significar un peligro, en tanto, como señala el finado etnólogo Díaz Fabelo “el grupo de los amos se debilita cuando todos lo imitan y se le iguala en muchas de sus características”, (Diccionario…,op. cit., p. 15), como esta de dominar su propia lengua “como los Patrios.” ¿Acaso aquí está la clave para entender la recomendación que el poder de Madrid le envía a su Capitán General y Gobernador de Venezuela de que a José Caridad: “cuidando entretanto que al insinuado González se le haga justicia sin experimentar la menor molestia por haber ido a España”?

1.5 José Caridad: capitán de cimarrones marítimos, según mi opinión

A partir del documento de este funcionario español que lo sigue durante un largo tiempo y ofrece su retrato en su referido informe, se nos abre otra dimensión de la personalidad de un héroe digno de una película: por Manuel de Carrera, sabemos que José Caridad se dedicó a “seducir esclavos en Curasao para pasar a la Costa Española y lo logró con varias partidas de consideración.” De esta audaz accionar del curazoleño se derivan varias apreciaciones: 1.- estamos en presencia de un capitán del denominado “cimarronaje marítimo”, es decir, del rescate a la libertad de africanos esclavizados usando la vía marítima; 2.- esto lo convierte en una especie de Libertador de Luangos y de Africanos, lo que permite entender la afirmación de Carrera de que “le hiso ganar reputación entre los de su especie, y Paysanos que lo veneraban con respeto de Oraculo”; 3.- Es evidente el cuidadoso manejo que José Caridad supo imprimirle a sus relaciones con las autoridades españolas, el cual es calificado, sin embargo, por Carrera de amañado. En conclusión, todos estos rasgos de carácter, inteligencia y comportamientos terminaron por convertirlo en un líder social.

Hemos subrayado y puesto en cursiva la palabra oráculo para llamar la atención sobre su empleo: con ella se le atribuye a José Caridad un poder sobrenatural, divino o sagrado, dado por su capacidad de hacer el diagnóstico acerca del presente y de predecir el futuro. Por supuesto, en boca de un representante del poder de la católica España resulta un medio para presentarlo como un hereje o personalidad demoníaca, bien propia de los “extranjeros” situados cerca de las costas del hoy Estado Falcón: de las heterodoxas Antillas pertenecientes a Holanda, donde había ocurrido una revuelta contra la autoridad del rey de España que la habían convertido en un régimen republicano, reconocido en 1648 y que colapsó, precisamente en 1795, con la ocupación de las tropas francesas.

1.6.- Macuquita: cumbe de esclavos fugados de Curazao y su Compañía de Luangos

El Comisionado Carrera atribuye a “un descuido y abuso bien estraño” el que los refugiados negros de Curazao formaran lo que llama “una confusa incorporación de ella una compañía y su Capitan el exercicio de todas las autoridades de un verdadero Magestrado muy autorizado”…A continuación, nos enteramos de boca del propio Carrera que él, “siendo Teniente de la ciudad de Coro” notificó en 1774 al Gobierno lo que él llama “este defecto”, es decir, la concentración de poder y prestigio de estos jefes de comunidades de negros o mulatos organizados en este tipo de organización militar. El funcionario español afirma que José Caridad aspiró a apropiarse de este cargo, pero su “intrigante proyectos” no lo logró porque quien poseía este cargo era persona bondadosa y por su “antiguo exercicio tenía entre ellos mucho sequito.”

Hagamos aquí un alto para formular una pregunta: este estraño asentamiento no era otro que un cumbe o emplazamiento de cimarrones, habitado por africanos de nación Luango que la organizaron a la manera de las comunidades tradicionales de África? No está alejada nuestra presunción de la verdad, por cuanto, para fines del siglo XVIII, el prestigioso investigador Acosta Saignes afirma que existen alrededor de 30 mil negros cimarrones, la mitad de los quienes estaban ubicados en “cumbes, rochelas y patucos.”(Vida de los esclavos negros en Venezuela, op.cit., p. 293-294) Para la fecha de la insurrección coriana, diversas fuentes bibliográficas establecen la existencia de cumbes integrados por esclavos fugados de Curazao en Santa María de la Chapa y Macuquita (J.M. Ramos Guédez: Contribución…, p. 36.)

II.- Las fuentes documentales para estudiar a José Caridad y sus compañeros Luangos

El hacer invisibles estas historias de rebeldías y a sus protagonistas, a que hicimos referencia más arriba al inicio del presente artículo, fue reforzado por la tergiversación, el ocultamiento y-o posible destrucción de documentos importantes, cual es el caso de la sustracción de las respuestas al interrogatorio que se le hiciera a José Leonardo Chirino en el juicio que se le siguió en la Real Audiencia de Caracas. Asimismo, funcionarios poco éticos, como el Teniente Justica Mayor Mariano Ramírez Valderrain manipuló los escritos, como ocurrió con la Representación del Cabildo de Coro al Gobernador y Capitán General, Pedro Carbonell, la que no hizo llegar a su destinatario porque los cabildantes locales diferían “aunque levemente” de las suyas. Gracias a la encomiable labor de venezolanos, como el Hermano Nectario García y la historiadora Josefina Jordán (7), han podido rescatarse del olvido y están hoy contenidos en dos volúmenes donde esta última los compiló y dio a conocer a mediados de la década de los noventa. Disponemos, pues, de importantes fuentes de información primaria a partir de las cuales tenemos la obligación de esforzarnos por reconstruir el tejido de la sociedad colonial de aquella época, indispensable para establecer los hechos que alcanzan otra dimensión y significado cuando se les inscribe y juzga en un contexto más amplio de como se ha realizado hasta aquí. Ese enfoque abre importantes calzadas para reconocerle a cada uno de esos actores sociales, y aun individuales, el sitio que se ganaron por el papel desempeñado en la historia de las luchas por la liberación de los pueblos de Nuestra América.

2.1- José Caridad sí estuvo en las cortes españolas y denunció injusticias sociales sufridas por sus compañeros luangos…

En el segundo tomo de la compilación Documentos de la insurrección de José Leonardo Chirinos (8) han sido incluidos importantes piezas escritas con datos fidedignos que nos permitirán avanzar en la revisión de aquellos hechos históricos y dibujar el perfil definitivo del Espartaco de Macanillas José Leonardo Chirino y de algunos de los líderes que lo acompañaron o secundaron en aquella hazaña libertadora. Dado que acerca del líder principal existen numerosas obras, en este apartado de nuestro estudio entre esas valiosas fuentes compiladas por la historiadora venezolana Josefina Jordán, vamos a glosar aquí el expediente 93 (9) encontrado por ella en el Archivo de Indias, de Sevilla, que da fe de la presencia en las cortes españolas del curazoleño José Caridad González, envuelto en un litigio que nos revela su destino de rebelde y líder de su clase social oprimida. Tenemos a la vista y palpable al tacto, copia de la notificación oficial--fechada en Caracas el 12 de mayo de 1792-- enviada al Marqués de Bejamar por el presidente de la Real Audiencia de Caracas y Gobernador de la provincia, Juan Guillelmi, en acuse de recibo de la Real Orden del 29 de octubre de 1791 donde se le instruye a que agilice las averiguaciones necesarias para clarificar el contenido del recurso que “por sí a nombre de los de su clase elevó al Rey Josef Caridad González vecino de la ciudad de Coro.”

2.2. José Caridad defiende la propiedad de la tierra de quienes la trabajan frente los terratenientes

Guillelmi refiere que José Caridad demanda el terreno que ha estado disfrutando pacíficamente durante mucho tiempo hasta que su vecino Luis de Roxas lo vendió a Juan Antonio de Zárraga, habiéndolo vendido engañosamente, al hacerse pasar por su dueño. Y, en efecto, José Caridad se ha presentado ante las Cortes con la petición de recibir su intercesión real o un certificado de propiedad de las tierras del asentamiento agrícola Macuquita, ubicado en la serranía costanera coriana, para las humildes personas que lo habitaban desde el primer tercio del siglo XVIII con la autorización del Cabildo de Coro. Reclamaba ese reconocimiento para los africanos, principalmente de origen étnico luango o kongo, que habían escapado de Curazao para alcanzar su condición de hombres libres al ser favorecidos por las leyes españolas, una vez que hubieran arribado a territorio de la católica España.

Para mí está claro que se trata de una venta engañosa dirigida a favorecer el voraz apetito de uno de los pocos, pero poderosos, terratenientes que eran dueños de toda la serranía coriana, transacción hecha a cambio de algún beneficio económico o social. Indudablemente que las autoridades coloniales españolas y estos terratenientes habían favorecido a Luis Rojas mucho antes del año 1769 en que el Gobernador Solano lo nombra en el cargo de Capitán de las “Milicias de Morenos de la sierra”, donde había fungido como Teniente. Poderoso dinero es Don Dinero, al punto de comprar conciencias y hacer traicionar a los de su clase y procedencia étnica…Remember la conducta interesada de algunos representantes de los Pueblos Indios de varios sitios de Curiana o Coro que se prestaron a apoyar a las autoridades de España en la persecución de los despavoridos sublevados que se habían atrevido a desafiarlas y se vieron envueltos en este gran evento de la historia que aquí ocupa nuestra atención al analizarlo desde varios puntos de vista en el presente escrito.

2.3- José Caridad denuncia la complicidad de terratenientes con el Teniente ¿Justicia Mayor?

Este recurso introducido por el curazoleño José Caridad ante las más altas esferas del poder imperial español puede entenderse como la simple reclamación de un terreno pero, aunque lo es, debe verse en él una denuncia a la conchupancia existente entre los testaferros (Rojas) de la clase criolla terrateniente (Zárraga) y la burocracia española local que la protegía (Teniente Justicia Mayor), tras de lo cual se escondían intereses y defensa de la clase dominante en perjuicio de los oprimidos, en este último caso integrados por los curazoleños de origen étnico luangos. En efecto, su reclamación va más allá de la simple disputa de un bien material, para convertirse en el enfrentamiento al poder establecido al denunciar José Caridad que, precisamente, reclamos y recursos suyos han sido desatendidos anteriormente a causa de la conexión de “amistad y confidencias” de dicho J. A. Zárraga con el Teniente, que no es nada menos y nada más que el encargado de impartir Justicia Mayor en Coro en nombre de España. Esta situación de alta conflictividad originada por la exigencia del luango libre José Caridad gravitará poderosamente en la actitud zorra, dolosa y criminal del Teniente de Justicia Mariano Ramírez de Valdarraín, quien hace prisionero a José Caridad sin tener pruebas para presumirlo reo de la insurrección y lo mantiene en su casa en estado de incomunicación hasta que, según este funcionario, lo envía a la cárcel al obtener declaraciones en su contra de boca de los apresados, muchos de ellos heridos, en el “enfrentamiento” que tiene lugar en la Aduana de Caujarao el 12 de mayo de 1795 en la mañana.

2.4. José Caridad se enfrenta a la godarria coriana en reclamación del cargo de Capitán de Milicia integrada por sus hermanos curazoleños luangos.

Llamo la atención acerca del hecho de que aquí nuestro héroe se está enfrentando a otro problema no menos acarreador de peligros extremos: el de la acusación a un paisano suyo, es decir, este Luis de Roxas (9), quien dirigía el batallón de morenos en el cual José Caridad no quiso ingresar y optó por organizar un batallón de luangos dirigido por el mismo José Caridad. La audacia de fundar y organizar su propio cuerpo de milicias luangas lo colocan en el carril de solicitar a las autoridades locales de la ciudad el nombramiento en el cargo de Capitán, pero como se verá más adelante, esa reclamación no es aceptada por las autoridades civiles españolas en Coro, por lo que nuestro héroe curazoleño no le queda otro recurso que elevarla a ese nivel del gobierno central español, radicado en Caracas.

Los documentos incluidos en la referida compilación que venimos glosando, nos permiten conocer que este último proceso de reclamación del cargo al frente de la Milicia de negros loangos obligó a José Caridad a desplegar una inmensa energía y a hacer varios viajes a Caracas en tiempos del Gobernador Pedro Morell. Este hecho que, al parecer, también podría pasar por uno de importancia menor ante los ojos no avisados, es portador de un valor de alcance mayor a la vista de las autoridades españolas ante las cuales el líder curazoleño está introduciendo un reclamo que él considera justo. Más adelante podremos aportar los argumentos y evidencias para fundamentar nuestra anterior afirmación referida a la gravedad del reclamo de un cargo.

Tristemente en la referida compilación sólo disponemos de los documentos producidos por las autoridades españolas en el juicio que se le siguió a José Leonardo, sus compañeros de armas y a un conjunto de encarcelados en la cárcel real de Coro bajo la sospecha de haber sido parte de la conspiración y final insurrección liderada por éste; incluso los referidos documentos al acto de su defensa, alegatos y demás pruebas resultantes de su enjuiciamiento, fueron sustraídas del expediente y presumimos que se hayan perdido, vendido o destruido. En consecuencia, la exposición hecha en defensa propia por el líder cardinal que las autoridades españolas enjuician como el principal responsable de lo que denominan “insurrección de los negros” estamos, irreparablemente, obligados a conocerla a través del discurso pronunciado por el historiador Pedro Manuel Arcaya en el acto de su entrada a la Academia Nacional de Historia de Venezuela. A igual problema de carencia de fuentes de información tenemos que enfrentarnos al pretender hacer el retrato del líder curazoleño José Caridad González, cuya personalidad tenemos que reconstruirla a partir de los documentos oficiales, informes escritos y oficios de los españoles y, hasta cierto punto, indirectamente compulsando el testimonio de quienes fueron enjuiciados como participantes en los hechos.

2.5.- Retrato manipulado del curazoleño pintado por las autoridades españolas para justificar su asesinato.-

El oficio del día 15 de mayo de 1795 enviado por el Teniente Justicia Mayor de Coro, Mariano Ramírez Valderrain, al Presidente Gobernador y Capitán General de Venezuela, Pedro Carbonell, constituye la prueba documental y testimonio personal fundamental para acusarlo de autor de la matanza indiscriminada de personas, muchas de ellas inocentes, ordenada y ejecutada por él con el auxilio de tropas armadas bajo su mando en la mañana del día 12 de mayo, la que comenzó en las inmediaciones de la Aduana de Caujarao cuando se presentaron, en sus inmediaciones, los abanderados y la embajada de los insurgentes para solicitar la libertad de los esclavos, la supresión del implacable sistema de derechos de alcabalas y demás impuestos a “los libres”; según él, los insurgentes no ofrecerían nada si se les entregaba la ciudad: la “contesta fue dispararle un cañonazo cargado de metralla”, según este militar carnicero disfrazado de Tribunal. A ese proceder continúa, en las inmediaciones de Caujarao y en la ciudad de Coro, una serie de decapitaciones sumarias de prisioneros que suponía reos de la insurrección, sin pruebas ni los procedimientos que establecían las leyes españolas. En este contexto de violencia, Valderrain ofrece en el mismo documento su primera versión de lo sucedido a José Caridad González, a quien no menciona en las dos escrituras oficiales anteriores del 11 del mismo mes, incluidos en el primer tomo de los Documentos de la insurrección de José Leonardo Chirinos, compilados por Josefina Jordán.

Ese mismo día 12 en la tarde, Valderrain decapita a 24 aprehendidos “heridos, y aturdidos del temor” de las metrallas y disparos con que los enfrentó en Caujarao. Pero antes de descabezarlos, “resultó en las declaraciones abreviadas que se tomaban a aquellos delinquentes a la sola vos por no haber tiempo para otra cosa que el negro Luango Josef de la Charidad Gonzalez que estuvo en la Corte, y en esa Capital pretendiendo la Capitanía de los de su nación había inspirado mil errores a los esclavos y negros libres, diciéndoles que para los primeros había traído Real Cédula en que su Majestad los dava por libres y que los sujetos principales de esta ciudad se las habían ocultado, y a los libres que auxiliando sus designios a la sublevación serían los que mandasen después en la República.” A seguidas termina de construir la trama de la conexión Curimagua-Coro del levantamiento de este modo: en la montaña un sambo habría de dar el primer movimiento y, al presentarse en la ciudad, habría de ser auxiliado por quienes siguiesen al luango José Caridad.

Es entonces que nos enteramos por su informe que Valderrain tenía prisionero en su casa “que es Casa de Armas” al líder curazoleño y a veintiún negros de los de su nación luanga; él alega que esa reclusión la había adoptado “a prevención prudente”. Esta expresión nos conduce a la sospecha de que lo hizo ajustado a un plan previamente elaborado, aunque él aporta la falacia de que José Caridad le había estado pidiendo armas la noche del día 11, que él les había negado y luego también en la mañana del día siguiente en que tiene lugar el supuesto combate en la Aduana, que se redujo al cañonazo de Un Pedrero y la persecución y ejecución sumaria de los sublevados.

2.6.- ¿José Caridad confiesa en prisión estar en complot con los insurrectos de la sierra?

En el cuartel en que lo mantiene incomunicado, el Justicia Mayor Valderrain afirma que José Caridad le confirma “en secreto, en ser cierto lo que se denunciaba de él”. ¿Existe algún ser humano dotado de la inteligencia elemental que admita que, en medio de la tensión de una insurrección y del desencadenamiento de hechos cruentos, como el de la matanza que se ejecuta en Caujarao, el ajusticiamiento de dos prisioneros “uno a golpe de pistola y otro a golpe de sable por mi propia mano” Valdarraim confiesa haber hecho él mismo con sus propias manos y los ajusticiamientos por decapitación masiva arriba referidos, un líder de tan dilatada trayectoria como la de José Caridad, que ha luchado durante tanto tiempo por los intereses de su pueblo, que ha recorrido mundo y domina varias lenguas y culturas, incluida la del amo español, confiese “en secreto” una supuesta culpa que le costaría su vida y la de sus lugartenientes y hermanos luangos?

Este embuste de la supuesta confesión “en secreto” es de tal risible fragilidad que podemos comprobar en el primer y largo informe que le rinde Valderrain al Capitán General el 8 de junio siguiente que lo omite y, en su lugar, aduce el testimonio que les toma “a la sola voz” a los 24 “heridos y aturdidos” aprehendidos en la “batalla” de Caujarao, pero paren bola, aclarando que no es el de uno o dos de aquellos maltrechos prisioneros, sino que “así lo depusieron todos los veinte y cuatro que se decapitaron el citado día doce por la tarde”, lo que le permite al Justicia Mayor disponer de “estos principios” que aportan las pruebas que hacen realidad la sospecha de su vinculación en cuyo concierto es constancia universal “entró con zambo Leonardo cabeza de Motín principal en la Serranía”

2.7.- El relato falso de cómo y por qué fue asesinado José Caridad

Está preparado el terreno, pues, para justificar el asesinato del revolucionario curazoleño, por haberse atrevido a denunciar ante el Rey y las cortes la conchupancia del mismo Teniente de Justicia con los terratenientes esclavistas que pretendieron arrebatarles los terrenos de labranza a él y a sus compañeros luangos asentados en Macuquita y lugares colindantes de la sierra coriana. El siguiente es el relato del justicia Mayor de cómo y por qué tuvo que ser muerto, según él, el héroe curazoleño en medio de tan atroces y atropelladas circunstancia: al concluir la decapitación de los prisioneros, que Valderrain declara ante sí y por sí de reos de la insurrección, este “Justicia Mayor” se presenta a su residencia personal la cual era, como él mismo dijo, Casa de Armas y allí ordena llevar a la cárcel a José Caridad y a sus 21 luangos “mientras se averiguaban aquellas sospechas” pero, a pesar de que el Torquemada confiesa dulcificar sus “palabras y semblante”, afirma que el Curazoleño, atemorizado por su culpa, cuando se le conducía de la plaza pública a la cárcel “emprendió fuga con dos de los más inmediatos de su gente”, a quienes los escoltas compuestos por “lanceros y soldados de Espada” los matan “incontinenti.” Esta voz incontinenti tiene alta repercusión para mí: los tres curazoleños son ejecutados sin mediar palabra, expresiones de “¡alto¡”, ni de otra cosa que las armas que cercenan sus vidas. Por lo demás, la versión de la ejecución sumaria de José Caridad y sus lugartenientes es elaborada por Valderrain para justificarla ajustándola a la “ley de fuga” que se aplica al reo cuando intenta escapar, mas no a los presos por presunción de delito.

A seguidas de este punto de su relato sesgado, inconsistente y falso, en que nos informa del modo en que fueron ejecutadas las tres víctimas, el Teniente lobo vestido de Justicia regala una frase en su informe que nos debe mover a la reflexión crítica: “de suerte que pareció el consumatum de la obra que acababa de executarse en justo castigo dispuesto por el Cielo.” La obra que acababa de ejecutarse consistía en la decapitación sin juicio y sin pruebas de gente humilde sometida a la esclavitud y o a violencia económica a través de injustos impuestos y esa obra alcanza la perfección, el acabado magistral con el asesinato premeditado de un negro libre que se atrevió a desafiar al poder de españoles y mantuanos criollos…y esa obra ¿es bendecida por Dios desde el cielo…? Jesús, la persona que murió en la cruz a causa precisamente de su rebeldía frente a las injusticias del orden establecido, desaprobaría desde el Cielo actos sanguinarios e injustificados como los ejecutados por el Teniente Valderrain en nombre de la justicia.

2.8.- El Ingeniero Capitán Francisco Jacot español recién designado Comandante Militar de Coro sospecha sobre esta muerte “accidental” de José Caridad

Como bien apunta Josefina Jordán, el ingeniero Francisco Jacot, nombrado por el Gobernador Carbonell como Comandante militar de Coro con motivo de la insurrección, “llegó a pensar que José Caridad González no murió accidentalmente al intentar escaparse, sino que lo mandaron a matar para que no informase los nombres de los supuestos cómplices –supuestamente algunos miembros del mantuanaje coriano. Igual sospecha tuvo el mismo Jacot cuando Ramírez Valderrain se negó a entregarle al reo Chirinos y ni siquiera le permitió interrogarlo…” (Doc., I, p. 24.) Según la lógica del razonamiento seguido hasta aquí, estas sospechas deben ser sustituidas por las evidencias acumuladas que nos conducen a rechazar, con fundamentos de causa, la versión de los hechos ofrecida por el Justicia Mayor quien, en el caso que nos ocupa, se comporta con la más absoluta libertad para actuar y decidir, arbitrariamente, concentrando todo el poder en sus manos para ejercer esta facultad omnímoda: el poder militar, el político, el judicial y el ejecutivo.

Con conocimiento de causa y dominio absoluto de la situación, Valderrain actuó según un plan elaborado con mucho tiempo de antelación en relación a qué enemigos debía eliminar en caso de que se produjesen situaciones de alteración del orden establecido y la ocasión se le brindó como maná caído del cielo. Y me atrevería a decir que su actuación tenía la autorización previa de las autoridades españolas de Caracas y la avenencia de los grupos de poder corianos a los que José Caridad se había enfrentado, según hemos querido apuntar más arriba. Es por eso que las sospechas de un advenedizo como Jacot no llegarán a ser tomadas en cuenta por las autoridades españolas en Venezuela durante el juicio que establece la Real Audiencia en Caracas, ni tampoco por las Cortes, sencillamente porque un luchador social, inteligente, preparado ideológica y culturalmente, como el curazoleño era un blanco a abatir y un mal ejemplo a echar por tierra y la ocasión que se presentaba con la rebelión era la mejor circunstancia para lograr ambos objetivos. La prueba es que tanto Vladerraín como el mantuanaje coriano serán premiados por su comportamiento ejemplar al exterminar fría y sanguinariamente a cada uno y a todos a los que presumía o calificada de sublevados, aun sin la más elemental evidencia…

III.- 15 de mayo de 1795: el Teniente Justicia Mayor Valderrain solicita al Capitán General premio por sus méritos…

El Teniente Justicia concluye este mismo oficio con el informe del degollamiento-- el mismo día 15 en que lo rubrica-- de otros nueve aprehendidos entre los días 13 y 14 por “sospechosos por las entradas de la Ciudad”. Casi como postdata, manifiesta la sumisa petición al Capitán General Carbonell de aprobación de “las operaciones que se han tomado de pronto, según las graves exigencias del Caso”, lo que le traerá consuelo, igual que las órdenes que le solicita comunicar para que le sirvan de Norte seguro “en semejante lanse, capas a la verdad de sorprehender a espíritus generosos”. En su respuesta a este informe, veamos qué evaluación hace el Capitán General de tales crímenes—presentados ingenuamente por Valderraim como “operaciones”— como digno obsequio a un generoso espíritu que ordenó ejecutarlos o los ejecutó personalmente.

3.- El Capitán General y Gobernador aprueba las “operaciones” del Justicia Mayor y lo santifica junto a los ejecutores bajo su mando.

En efecto, en su representación oficial, rubricada en Caracas 11 días después del oficio anterior de Valderrain, el Capitán General Pedro Carbonell califica de feliz el “encuentro” sostenido el día 12 en Caujarao por el Justicia Mayor con los “negros sublevados” de esa jurisdicción de Coro, en el cual mató a 25 insurgentes, puso prisioneros a 24 “heridos y aturdidos”, “que la misma tarde decapitó, executando lo mismo con los nueve que sucesivamente fue aprehendiendo y lográndose la muerte del perverso Josef Charidad y otros dos que intentaron hacer fuga…” (Doc. I, p. 36) Como puede apreciarse, la autoridad suprema de España en Venezuela aprueba sin el menor reparo los hechos ejecutados por uno de sus subordinados sin que éste le haya ofrecido otra prueba que la de su confianza al colocarlo en su cargo. Asimismo, da por cierta la culpa del luango a quien califica de perverso, es decir, de alguien que causa daño intencionalmente, corrompe las costumbres de un sitio y el orden o estado habitual de las cosas.

Resulta de sumo interés para la biografía de nuestro héroe curazoleño, pero sobre todo para la evaluación del sistema de la ética católica del dominio colonial de España en América Latina y el Caribe, la justipreciación de tal litigio de cargo del Capitán General Carbonell a Valderrain después de haber calificado de perverso al líder José Caridad: “ y ya ve Vuestra Merced quantos justos y reflexivos fueron los motivos que me detuvieron para haverle confirmado en el empleo de Capitán de la Compañía de morenos libres de la nación Mina para que fue propuesto”. (Doc., T I, p. 36.) Es decir, por este documento nos enteramos, por una parte, de que en efecto dicho luango libre fue propuesto para desempeñarse como jefe de los milicianos de su nación africana y, por la otra, que esa nominación no prosperó, sino que, por el contrario, fue vetada nada menos que por el Capitán General, quien representaba al poder supremo del Imperio español en este país sudamericano.

El Capitán General termina por calificar de brillante la acción en su conjunto ejecutada por Valderrain y “nada común, de aquellas peregrinas que apenas se dan en un siglo “y su valor, celo y fidelidad” son dignos de ser premiados con la mayor liberalidad por su majestad el Rey, por lo que le pregunta el “destino o carrera que más le acomode para recomendarle eficazmente”. El reconocimiento es extendido a todos quienes se involucraron de la sociedad civil coriana en el enfrentamiento de la insurrección, “sean vecinos y naturales así nobles, como plebeyos blancos, forasteros y Criollos, Pardos, morenos o Indios y aun los sacerdotes seglares, y regulares.”En síntesis, ¡Hosanna para el Justicia Mayor y su excelso concepto de lo justiciero aplicado consecuentemente en nombre del orden colonial y de Su Majestad, cabeza del Imperio español, los que deben ser defendidos y preservados… no importa si al precio de la vida de los inocentes¡… Por su impecable actuación, encima de la cabeza del Justicia Mayor y de las cabezas de quienes recomienda recaerá la santa unción y el premio de manos del rey.

IV.- Espíritu solidario del Capitán de Cimarrones José Caridad con sus hermanos luangos

El destino de José Caridad estuvo ligado al de los africanos esclavizados que fueron llevados desde África a Curazao, a muchos de quienes ayudó a obtener su liberación mediante el procedimiento conocido por “cimarronaje marítimo” o traslado a través del Caribe rumbo a las costas del actual Estado Falcón, donde alcanzaron su libertad y relativa independencia económica al dedicarse a la actividad agrícola con cierto éxito. Es decir, se convirtió en una suerte de “capitán de cimarrones de su nación luanga”, por lo cual empezó a adquirir prestigio no sólo ante sus congéneres, sino también en grupos que no eran de su etnia y en personas situadas más allá de del núcleo principal con el que se comprometió. Naturalmente, este luchador social estuvo ligado muy especialmente al de sus hermanos de la nación bantú luanga una vez se establecieron en Tierra Firme, a quienes representó en algunas de sus reivindicaciones sociales, como la de su reclamo a la propiedad sobre la tierra donde habían trabajado y vivido durante mucho tiempo; y a muchos de ellos supo organizarlos en el cuerpo de una Milicia de negros libres luangos que lo reconoció como su líder principal, por lo que lo apoyaron para que ocupara el cargo de Capitán. A continuación vamos a ofrecer las dramáticas y, en algunos casos, trágicas consecuencias que se derivaron de la insurrección sobre los miembros del asentamiento luango de la sierra coriana al que él estuvo firme y permanentemente vinculado José Caridad.



4.1.- El Capitán General ordena la destrucción del asentamiento Macuquita y el destierro de sus habitantes luangos

En este mismo último documento (Doc., T.I, p.37) fechado en Caracas el 26 de mayo de 1795 que acabamos de glosar, el Capitán General Morell ordena al justicia Mayor Valderraim ponerse de acuerdo con al ingeniero Francisco Jacot, a quien había nombrado, enviado y puesto como Comandante de Armas o jefe militar de la Plaza en la jurisdicción de Coro, para determinar si “supuesto que se ha descubierto fue el principal seductor el negro Josef Charidad González alucinando a los otros con la falsa persuasión de libertad para los esclavos, y excepción de Alcavalas a los libres para lo que decía trajo real Cédula, quando estuvo en España vean si será conveniente expatriar todos los negros de su nación , o a lo menos aquellos que hallan manifestado poco afecto a la buena causa, con los hijos de estos, y de los libres muertos, para que se les destine a los Bajeles de Guerra de su Majestad en clase de marineros reales, Gurumentes, y paxes”, para lo cual autoriza el uso de la balandra armada en guerra “La Caraqueña” o el flete de una embarcación para que sean conducidos a Puerto Cabello con escolta y debida seguridad.

Esta averiguación está dirigida a confirmar el grado de “contaminación” y alcance de la difusión de su propaganda sediciosa lograda por este líder curazoleño entre los asentamientos de la sierra coriana y, muy especialmente, a neutralizarla o liquidarla en uno de ellos muy emblemático, hacia el cual apunta certeramente su disparo: “No se alce la mano en la persecución y destrucción de un cumbe que se me ha dado noticias hay en la montaña y paraje nombrado Macuquita que tal vez sera el mismo que devia atacar D. Manuel Carrera, y D Juan Echanove con las partidas que puso Vuestra Merced a su cargo…” A los ojos oficiales de las autoridades españolas, pues, ese asentamiento se convirtió en razón de Estado suficiente como para dejar caer sobre él toda la represión y acciones fulminantes en tanto ponía en riesgo la estabilidad de la sociedad colonial basada en la super- explotación de la mano de obra esclava a la cual incitaba a liberarse y la que constituye base económica que la sustenta. Es así como se ordena que todas personas que pasen de 14 años de edad se expatrien y envíen a Puerto Cabello “para darles el destino que más convenga”--¿cuál o cuáles destinos?—, se envíen listas de ellos y “de los que queden por inútiles”, es decir, los ancianos, enfermos y quienes tengan menos de 14 años. Por documentos producidos por estas propias autoridades españolas, comprobaremos más adelante que esta disposición no fue cumplida en los términos antes indicados y que, por el contrario, fueron encarcelados en Puerto Cabello personas adultas, etc.

Se desprende de esta orden del Gobernador la existencia de contradicciones entre esos dos subordinados suyos radicados en Coro.

V.- El Teniente Justicia Mayor Mariano Ramírez Valderrain en el banquillo de los acusados por…

“…no estamos en el siglo de Dracon, que castigaba con igual pena la muerte de un gallo y el acecinato de un Monarca.”

4.1.- La propietaria de esclavos Nicolasa Acosta lo califica de Dracón o sanguinario

“séanme fieles testigos las cicatrices de las atroces heridas con que dejaron por muerta a Doña Nicolasa de Acosta, sus propios siervos, y domésticos…”

Manuel José Quero, arriero blanco.

La frase colocada arriba es un trozo del escrito de defensa de sus esclavos presentado ante la Real Audiencia, en Caracas, por Doña Nicolasa Acosta en el juicio que se les sigue allí a las personas encerradas en la Cárcel Real de Coro, por supuestamente haber participado en la insurrección. Asistida por el Bachiller Bonifacio Luis de Manzano, fundamentó su alegato en los graves procedimientos que, según la Real Providencia, se siguieron en los autos por el funcionario, determinando su reemplazo por otro “de conosida probidad, ciencia, madurez y consejo”, indispensables para impedir caer en el grave error de confundir inocentes con los verdaderos reos de la causa. Es perentorio clasificar a los acusados en cinco categorías: 1. cabecillas de la sedición 2- participantes voluntarios en el motín 3.- los obligados a sumarse a éste 4.- los que se ocultaron en el monte por miedo a las consecuencias de la sublevación 5.- los que prestaron auxilio a los heridos y 6.- los que pagaron con sus vidas su oposición violenta al levantamiento. Pide para los primeros “todo el rigor de la ley, la muerte debe ser su consuelo, y el patíbulo su vida.”

El uso del sustantivo Dracón es altamente acusatorio a la persona a que va dirigido porque de él deriva el adjetivo draconiano que, según el DRAE, dícese de una ley, providencia o medida sanguinaria o excesivamente severa. Precisamente esta dama, que defiende simplemente sus interés—en este caso simples “piezas de indias” o de ébano—acusa al Teniente Justicia Mayor Valderrain de Dracón, nombre del legislador o arconte al que recurrió la aristocracia dominante en la Grecia del siglo VII y VI (ADE) para enfrentar los disturbios que produjeron los problemas económicos y sociales derivados del modelo esclavista existente en ella. A pesar de que, en efecto, como hemos comprobado en el testimonio escrito por él mismo, el comportamiento de este Teniente fue exactamente sanguinario al enfrentar con fuego y sangre el arranque de los hechos de violencia que tuvieron lugar los día 10 y 11 de mayo en la sierra coriana y al día siguiente a la entrada de Coro, creo que sería más apropiado aplicarle el de tiranía, que fue a la que recurrió aquella clase esclavista de la Grecia antigua y la posterior de España para sofocar con sangre, terror, confinamiento, destierro y trabajos forzados a los humildes africanos sometidos a esclavitud, sus descendientes, los mulatos, “indios”, mestizos y mulatos, esclavos o libres, que tuvieron la valentía de enfrentarla y recurrir a las armas y a la violencia para derrotarla.

Resulta de interés para el conocimiento de lo acontecido aquel día 12 en Caujarao la visión sobre la composición dada por este alegato, según el cual, quienes llegaron allí, eran en su mayoría voluntarios que se entusiasmaron por “la facilidad” con que lograron “las primeras empresas” y por quienes no pudieron escurrir el bulto ni tuvieron ánimo para retirarse: fue la “la mayor parte de aquella nube que dicipó solamente el estallido de un Pedrero a orillas de la ciudad…” De modo que esta metáfora nos permite tener una idea bastante aproximada de ocurrido allí: la gente escapó despavorida al primer cañonazo y lo que siguió fue una verdadera carnicería humana que dejó “los campos llenos de cadáveres” al decir de Valderrain en su primer informe de los hechos. Después de esta clasificación, se procede a colocar en cada una de las casillas a los defendidos, con lo cual se evita “imitar la conducta de Mariano Ramírez, cuios bergonsosos renuncios, conoce Vuestra Señoría muy bien, y trata de reformar, haciendo una cadena dde deliquentes para que lejos de confundir ynocentes con los verdaderos reos se haga distinción (…) entre el conato de sublevación, la consumación del delito, y la ymbacion de la ciudad. Por que a pesar de los Estoicos las luces del siglo ylustrado manifiestan que los delitos no pueden ser iguales, y gracias a Dios no estamos en el siglo de Dracon, que castigaba con igual pena la muerte de un gallo y el acecinato de un Monarca.”

4.2.- Doña Ana Josefa, hermana del difunto Josef Tellería, defiende 3 esclavos de éste.

Otra impugnación demoledora al desempeño del Justicia Mayor Valderrain corre a cargo de doña Ana Josefa Tellería, quien defiende a José Apolinario Fernández, María Dolores Chirinos y José Jacinto Tellería, tres esclavos de su difunto hermano Josef Tellería, uno de los que caen fulminados en las cumbres de Las Macanillas por los certeros machetazos de los sublevados al día siguiente del comienzo del levantamiento armado. Tiene gran interés su defensa por tratarse de una de las familias de hacendados mayor perjudicadas por la violenta arremetida con que iniciaron la sublevación muchos de los esclavos más cercanamente vinculados a sus posesiones de la sierra y, en algunos casos a su vida íntima, como queda evidenciado en los argumentos empleados en la defensa.

Esta dama elude la asistencia del abogado más reputado de Coro, a pesar de que les une vínculos familiares, pero eso no le impide, ni tampoco su escasa capacitación en ciencias jurídicas, ofrecer un alegato digno del más elevado encomio. A través de éste y los interrogatorios a algunos de los esclavos nos enteramos cómo José Apolinario Fernández se había ganado la animadversión de otros esclavos de la hacienda el Socorro por su condición de mayordomo y persona leal a su amo, cuyas órdenes hacía que los demás siervos cumplieran cabalmente.

Resulta conmovedora la defensa hecha de María de los Dolores, la esposa legítima de José Leonardo Chirino, a la que exime de toda condición de reo por no haber tenido responsabilidad en el proceso de “la sublevación, ni de las muertes, incendios ni rrobos”. Como bien señala Josefina Jordán, estremece la vehemencia o ardor con que Doña Ana Josefa la defiende: “¿…Por qué Señor, contra una infeliz mugér que por la instanteneidad con que recibió de Leonardo, y entregó a Santeliz, unas cortas alajas, ni aun tubo tiempo de formar intención de apropiárselas se formula un proceso tan criminal? Por que se la ha reducido a una larga , dura , y vergonzoasa pricion con prejuicio de sus mismos dueños, privados tanto tiempo de su trabajo?.. ” (T II, p. 104.) Es cierto que debió de ser sumamente valiente esta doña Ana Josefa para defender, sin valerse de abogado ni otro recurso que su inteligencia, a una esclava que, no era si no la viuda de un reo acusado del delito de lesa majestad.

Esta dama ataca profunda y contundentemente la administración de justicia de quienes debieron haber hecho cumplir algunos instrumentos judiciales dictados por la corona, como la Real orden Pragmática de 1774 que ordena separar a quienes alteren el orden y les advierte que, de repetirse su accionar, serán castigados severamente. Al constatar que esto no se ha cumplido, se queja de la situación que padecen quienes han pagado la culpa de otros pecadores siendo inocente. Nos dice: “Cual debe ser nuestro dolor al ver en el día la imposibilidad de indemnizar los esclavos ynocentes, con las declaraciones de muchos a quienes un rigor ilegítimo contrabentibo al capítulo 17” pribo de la vida sin lugar a que en la apertura de un juicio plenario hiciese crisis la imputación del sumario, y se manifestase la inocencia de muchos y el rreato de otros…” (Doc., T II, p. 105).

Coro, febrero 24 a marzo 15, 2010.































Notas y referencias bibliográficas

1 En la estructura social, mostrada para 1800-1810, por Brito Figueroa en su obra Historia económica y social de Venezuela (tomo II, p. 1220) el grupo social que representó y defendió José Caridad González debe ser ubicado en el de la tercera categoría económica integrada por pequeños propietarios y labradores, “gente de oficios baxos y serviles” y, desde el punto de vista étnico-social por pardos, mulatos, zambos, blancos de orilla, negros libres y mestizos. Pero en esta categoría que representa un 22% de la población no entran los cimarrones, que Brito Figueroa ubica en la última categoría que denomina “esclavos”. Para mí, su grupo de negros de origen luango debe ser ubicada entre esta tercera categoría y la cuarta (49%) integrada en lo económico por lo que él llama “población enfeudada”, integrada por peones y campesinos pobres—conuqueros?—y manumisos, negros libres, zambos, mestizos, indios libres e indios tributarios.

2 Este Atlas…, obra pionera en su tipo, metodología y alcance, es elaborado por el Centro de Investigaciones socioculturales, que fundó y dirige el autor del presente artículo, perteneciente al Instituto de Cultura del Estado Falcón, República Bolivariana de Venezuela.

3 Este artículo forma parte de un estudio del entramado histórico y etnocultural de la región coriana, enfocado en sus relaciones con el Caribe, espacio cercano con el cual alcanza una correcta interpretación su sociedad, cultura e identidades locales, de ayer y de hoy. Fue extraído del publicado bajo el título “José Caridad González y José Leonardo Chirino” en la red social Caribe www.escritoresyartistasdelcaribe.ning.com creada por su autor. Al final de este último estudio interpretativo más extenso, colocamos una cronología para auxiliar a estudiantes y estudiosos de los hechos en su trabajo de indagación.

4 Luango o loango es voz derivada del bantú lu-ngu: gente que habla ki-luango, una de las numerosas lenguas habladas por los miembros de los pueblos africanos bantúes traídos a América en condición de esclavitud. Los numerosos pueblos extraídos del “stock bantú” fueron denominados en América congos. La inmensa reserva lingüística y étnica bantú comprendía una extensa región al Sur del desierto del Sahara, que se extendía desde Biafra—al Norte del Congo—hasta las vecindades de Zanzíbar, y en ella habitaban grupos humanos con un remarcado sentido de ancestralidad. De ese espacio se extrajeron una inmensa cantidad de pueblos que hablaban una variedad de lenguas entre las que se destacó el luango que, en Cuba, por ejemplo, según el eminente etnólogo Teodoro Díaz Fabelo, fue una de las lenguas africanas “que más vocabulario residual ha dejado vigente” en la Isla. (Diccionario de la lengua conga residual en Cuba, Santiago de Cuba, Casa del Caribe, s f, p. 14.) El etnólogo y sociólogo venezolano Miguel Acosta Saignes, observa que en Venezuela fue apreciable la existencia de muchos negros loangos, quienes procedían de una “…región al Norte del río Congo”. (Gentilicios africanos en Venezuela, Caracas, Universidad Central de Venezuela,1960, p.17.) Para Arthur Ramos, Guinea fue “una subárea del Congo…fue la que suministró mayor número de esclavos al Nuevo Mundo. Y sus culturas son consideradas como las más típicas dentro de las culturas africanas, del mismo modo que, para la antropología física, sus representantes humanos son los más puros de la raza negra…”(Las culturas negras en el Nuevo Mundo. México, Fondo de cultura económica, 1992, p. 59.) Para el profesor David Brawn, congo es un vocablo general referido al Congo-Brazzavile, Zaire, Angola y durante el período esclavista era un sufijo que indicaba orígenes étnicos más precisos, que incluía los Congos Reales, Mumboma, Msundi, Mondongo, Cabinda, Benguela, Loango, etc. Annotate Glossary for Fernando Ortiz s The Afro-Cuban Festival “Day of the Kings” in Judith Betthelheim, ed: Cuban Festivals. An illustrated Anthology. New York London, 1993, p. 66. Para mí (J. Millet), congo es voz que remite a la ancestralidad de los pueblos del tronco linguístico bantú que habitaban la Cuenca del Congo y reflejo del antiguo Reino del Kongo, en cuya Mbamza Kongo radicaba el equivalente al soberano llamado Manicongo. Como bien apunta el investigador Walterio Lores, pese a la invasión de los traficantes portugueses que la cristianizaron, ese Kongo se convirtió en una fuente de resistencia cultural en la que se mantuvieron las tradiciones arraigadas en las comunidades. W.L.; “Resistencia y cambio cultural entre los bantú: la constante búsqueda del equilibrio”, en Problemas actuales de África y Medio Oriente. Una visión desde Cuba. La habana, CEAMO, 2003, p. 98-172.

5 Basados en las indagaciones del investigador Mario Aular, cronista del barrio Curazaito, en nuestro libro La Guinea, barrio afrocaribeño de Coro (Coro, Instituto de Cultura del Estado falcón, 2007, p. 20 passim ) apuntamos que este barrio había sido resultado del asentamiento de los negros de origen luango procedentes de Curazao y la memoria colectiva de sus vecinos más viejos ha ido confirmando y reforzando esta hipótesis. Era evidente que existiera una comunicación muy fluida entre sus habitantes y la población de igual origen asentada en la sierra coriana, especialmente en el espacio donde existen asentamientos de gran significado, como el Macuquieta, Santa María y La Chapa, entre otros. Según ha apuntado, certeramente, Josegina Jordán en su presentación al primer tomo de la colección de documentos, en La Guinea se hablaba lenguas africanas y papiamento, en particular en las fiestas que allí tenían lugar con mayor frecuencia de lo que suele imaginarse.

6 Zambo es adjetivo que, por su etimología, tiene un sesgo negativo: es voz que viene del latín vulgar strambus que significa persona bizca o torcida, acepción que fue aplicada en España a los africanos que existían allí en condición de esclavitud, a quienes llamaban patiestevado, o sea, de piernas arqueadas o deformes, la que se ha conservado, por ejemplo, en Cuba. En América adquirió el significado de mezcla racial y se refirió a la persona hija de negro con india o viceversa. Según el racista Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) dícese de una especie de mono de pelaje color pardo amarillento “como el cabello de los mestizos zambos”(subrayado por mí: J. Millet). La imagen visual de José Leonardo que ha sido llevada a los carteles y murales presentados en las conmemoraciones oficiales del 10 de mayo de 1795 en el Estado Falcón, siempre me ha parecido portadora de esta noción racista al presentar al Héroe revolucionario de Macanillas con la imagen clásica del “negro africano” al que se atribuyó ser la causa de la revuelta, motín, tumulto o rebelión de negros, no a las injusticias humanas—como el reducir a propiedad al hombre, por ejemplo-- y sociales—como el condenarlo a la clasificación y discriminación por el color de la piel, que es una de las tantas expresiones de racismo-- al sistema oprobioso de la esclavitud ni a las injusticias económicas y sociales que llevaron a muchos grupos sociales de Nuestra América a rebelarse contra del dominio esclavista de varias potencias Imperiales europeas de la época, entre ,y en primer término, a la católica España.

7 Desde el punto de vista reivindicativo asumido en este artículo, sólo existe antecedentes en aquellos escritos del periodista curazoleño Eugenio Godfried, lamentablemente fallecido cuando estábamos enfrascados en adelantar, entre ambos, algunos proyectos creativos, como el de lograr una más efectiva vinculación entre la intelectualidad crítica y los artistas comprometidos y honestos de su patria y Venezuela. Uno de estos proyectos consistía en conectar la rebelión ocurrida en Coro en mayo de 1795 con la que tuvo lugar en Curazao en agosto de ese mismo año y que fue liderada por Tula. A propósito, sus acertadas colaboraciones sobre asuntos como el que nos ocupa aquí deben ser consultadas en el portal www.afrocubaweb.com. Deseo agradecer al amigo y académico curazoleño Richenell Ansano su ayuda al, amablemente, proporcionarme valiosas indicaciones de fuentes bibliográficas que he debido consultar.

7 Presidenta de la Fundación Historia y Comunicación, a quien los corianos deberemos rendir un sentido y justo reconocimiento por su encomiable trabajo a favor de este rescate documental, gracias al cual estamos en condiciones de conocer mejor nuestro pasado y reescribir nuestra historia con visión y métodos distintos a como lo hicieron los historiadores tradicionales en el pasado. También merecen destacarse otros historiadores de la región en su esfuerzo por denunciar lo que ha estado sucediendo con los Archivos de Coro y del estado falcón, en particular al historiador Luis Dovale del Prado. Véase a propósito su folleto Coro: la tragedia de un Memoricidio. Santa ana de coro, julio de 2009.

8 Jordán, Josefina, editora: Documentos de la insurrección de José Leonardo Chirinos. Caracas. Fundación Historia y Comunicación, Tomo I, 1era edición, 1994 y Tomo II. Caracas, Ediciones Fundación Historia y comunicación, 1era. Edición, 1997. Este último tomo II, en su primera parte, transcribe el “Cuaderno que contiene la pruebas de los reos sobre levantamiento de negros de la sierra”, legajo encontrado en la Academia Nacional de la Historia—“y que forma parte de los traslados que se están efectuando desde el Registro Principal de Caracas”, según Josefina. Se trata del expediente elaborado a instancias de Esteban Valderrama-- quien desempeñaba el cargo de Teniente Gobernador y Auditor de Guerra en Maracaibo—y que, en septiembre de 1795, fue designado en el cargo de Oidor Honorario, en sustitución del Justicia Mayor de Coro, Mariano Ramírez Valderraín. El legajo contiene los alegatos que los dueños de esclavos encargaron a abogados de Coro, o que ellos mismos elaboraron, como es el caso de Doña Ana Josefa Tellería, para defender a sus esclavos, encerrados en la cárcel real de Coro bajo acusación de de haber participado en la insurrección. Como puntualiza la historiadora J. Jordán, antes del folio 311 es extremadamente escandalosa la inexistencia de más de 40 folios…que corresponden a los interrogatorios realizados por la Real Audiencia de Caracas a José Leonardo Chirino. Brillan por su ausencia los correspondientes a los interrogatorios hechos por Valderraín en Coro tanto al mismo Chirino como a sus principales capitales Cristóbal Acosta, Candelario Chirino y Juan Bernal Chiquito. No soy el Profesor Lupa, pero me permito descubrir ipso facto este “misterio de la ciencia” en manos de la clase dominante: los testimonios de estos líderes son el índice acusador a las injusticias y los atropellos a que fueron sometidos no sólo los africanos sometidos a la esclavitud en América, sino los Pueblos nativos de ella—los mal denominados “indios”-- y sus descendientes mestizados, mulatos, etc. En especial la declaración de defensa personal de José Leonardo debería haber puesto en total evidencia el papel de los grupos sociales dominantes de Coro—conocidos por la expresión godarria coriana—y sus vínculos internos y externos, tanto de Venezuela como de España y con algunas de las potencias europeas de la época.

8 En Documentos de la insurrección de José Leonardo Chirinos, op. cit, T II, p.188- 189. A continuación reproducimos la transcripción del citado documento cuya fotocopia del original puede ser consultada en le Biblioteca Oscar Beaujon de Coro:

“Yndice de las cartas que remite el presidente de la Audiencia de Caracas al Excelentísimo Marques de Bejamar Secretario de Estado y del Despacho de Gracias y Justicia de España e Indias con fecha 12 de mayo de 1792.

D.

Archivo General de indias

Sección: Audiencia de Caracas. Legajo 93

351

El Presidente de la Audiencia de Caracas

Excelentísimo Senor

(Al margen): Acusa recibo de la Real Orden con que se le acompañó una instancia a Josef Caridad González moreno libre y vecino de Coro para que informase sobre su contenido.

En consequencia de la Real Orden de 29 de Octubre próximo pasado con que Vuestra Señoria se sirvio remitirme el recurso que por sí a nombre de los de mas de su clase elevó al Rey Josef Caridad González vecino de la ciudad de Coro hé librado las providencias correspondientes para la más exacta averiguación del relato en quanto al terreno que expresa haber estado disfrutando pacíficamente largo tiempo hasta que suponiéndose Dueño Luis de Roxas del mismo vecindario las vendió simuladamente a Don Juan Antonio de Zarraga cuia conexión de amistad y confidencia con el Teniente refiere haver sido la causa de la desatención de sus quexas y recursos, y luego que evaquen las diligencias necesarias para el cumplimiento de dicha Real Orden las pasaré a manos de Vuestra Señoría como me encarga cuidando entre tanto que al insinuado Gonzalez se le haga justicia sin experimentar la menor molestia por haver ido a España y entablado el presente recurso.

Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años es mi deseo.

Caracas 12 de Mayo de 1792

D.”

9 El historiador Carlos González Batista ha aportado algunos datos interesantes acerca de este personaje a quien evidentemente se enfrentó nuestro héroe curazoleño y que tenemos la presunción que era una de las fichas impuestas por las autoridades coloniales españolas, en contubernio con la godocracia esclavista coriana, para controlar a la “gente de color.: “Así, en 1806, un hombre ya en retiro, el Capitán Luis de Rojas “natural de Curazao y vecino de esta ciudad” solicitó un terreno en los ejidos “para poner un hatillo…pues la bejés me impide trabajar en la labor” (Archivo Histórico de Coro, Litigios sobre tierras. Expedientes sobre tierras. Ejidos. 1806.) “A Rojas lo encontramos documentado desde 1769, cuando el Gobernador Solano lo nombra Capitán de la “Compañía de Morenos de la sierra”, donde venía ejerciendo con el rango de teniente” (Archivo General de la Nación. Diversos. T XI, f 174. ) Carlos González Batista: Antillas y Tierra firme. Refinería Isla. Curazao SA 1990. P- 124.

( J.J.: Doc. T I, p.37. Para el año 1795, en efecto, el etnólogo Acosta Saignes reporta la existencia de un asentamiento rebelde de cimarrones en Santa María de La Chapa y también otro, pero dos años después de esta última fecha, en el sitio que ordena destruir el Capitán y Gobernador. Acosta Saignes: Vida de los esclavos negros de Venezuela, p. 275-279 passim. En Ramos Guédez, op.cit., p. 36.)



Para el entramado étnico y social de la sociedad colonial de fines del siglo XVIII, resultan de mucho interés los siguientes pasajes:

1.-La defensa hecha por el Dr. Pedro García de Manuel José Quero, “miliciano blanco, natural, y vecino de esta ciudad” de Coro, a quien se mantiene prisionero por haber “escrito un papel a los indios Casique, Governador y Capitán del pueblo de Pecaya” basada en “sin haber presentido el motín de la serranía, caí en el fuego por conductor del equipaje de Don José de Tellería en el mismo teatro donde cayó él, y su cuñado Don Francisco Rosillo”, salvando su vida si, por “la conveniencia de transportar las cargas hasta Macanillas no hubiese prevalecido en el ánimo de Candelario Chirino, “uno de los principales acaudillados del levantamiento.” Por este alegato nos enteramos que Juan de Matos o de Mata lo conminó a escribirla mandando por Jose Leonardo, pero que no llegó a su destino, según el testimonio del Governador de Pecaya, josef Bernardino Canencio y el Capitán Dn Juan Ygnocencio Juez ibi.

Este arriero se defiende también mandando a preguntar “si han oido decir que entre los insurgentes de la serranía fronteriza haya sido indicada alguna persona blanca?” Todos los testigos que solicita sean interrogados son precisamente de ese mismo de color de piel: la viuda de José Tellería, doña maría Josefa Morillo, sus hijas doña Margarita Tellería, Doña Ynés maría TelleríaDn Juan Bautista Escutozolo de 61 años vasco¿, el Dr. Pedro Chirino, al capitán Juan de Jesús Mora, dn ygnacio Salabarría y hasta al propio Manuel Carrera, quien testificó haber recibido la afirmación del encarcelado de haber recibido la comunicación de boca suya de un papel de convocación al tumulto al casique Governador y Capitán del Pueblo de Pecaya

2.- Autos folios 362Vto-36

Doc. II, p. 69 a 70

Coro y 16 d enero de 1796

“Atendiendo a que la avanzada edad de Don Baltasar Canencio, Cacique de pueblo de Pecayos, le embarza comparecer personalmente a prestar la declaración solicitada a instancia del defensor de Juan de la Rosa Acosta, y a que en los indios ha causado mayor estrago que en otra clase de gente la peste que de algún tiempo a esta parte se experimenta en esta ciudad, con incerción del interrogatorio instruydo a favor de dicho Acosta, se librará Despacho al Teniente Justicia Mayor, y Corregidor del pueblo de San Luis, para que el referido Casique, el Regidor Flores, y los dos Yndios mas que estos conocen, y expesaran, les resiva sus declaraciones y las devuelva originales, sin perder instante de tiempo, por lo mucho que urge el pronto expediente de la causa.

Licenciado Valderrama

Proveyolo el Señor Oidor Onorario y Juez Comicionado por la Real audiencia del Distrito lizenciado Don Juan Estevan Valderrama que lo firmó de que doy fe

nttemi

Ysidoro González

Escribano Real y Hacienda

3.- Cristoval Acosta, capitán de los insurgentes y Candelarrio Chirino, su lugar Teniente, según atestigua el Dr. Pedro Chirino en su alegato de defensa de varios reos. Doc.II, p. 59.

























jueves, 11 de febrero de 2010

José Caridad González Curazao Caribe Rebeliones, por José Millet Esclavitud

José Caridad González y José Leonardo Chirino: líderes revolucionarios de la insurrección armada de la Sierra Coriana del 10 de mayo de 1795.

A la Corte de El Libertador: a Guaicaipuro, El Negro Primero y Simón Bolívar, corona celestial de María Lionza.

Por José Millet*

I.- Visión de la historia

1.1 La historiografía tradicional y su opuesto: la que cuentan los pueblos.

A menudo los historiadores se enfocan en el estudio de los hechos que marcan hitos importantes en la evolución o la historia de un grupo humano en cuyos miembros aquéllos han tenido y tienen un revelador impacto. Otras veces lo hacen en torno a personalidades que, por sus características especiales individuales, valores y acciones particulares que afectan intereses de conglomerados humanos de magnitud, provocan efectos parecidos. Al hacerlo dividen la escala de tiempo en etapas a las que tienen que ajustar el modo de clasificar a unos y a otros, en las que no entran algunas figuras por desbordar estos maniqueos encasillamientos. En cuanto a aplicación a la historia venezolana, afrontamos el absurdo de considerar al Generalísimo Francisco de Miranda (1750-1816) como “precursor” de la independencia venezolana, cuando se trata no sólo de uno de los forjadores principales de los ideales de la ruptura más radical del dominio del decadente Imperio español en toda Nuestra América, de la conformación de un Estado multinacional de derecho social a partir de la liberación de Venezuela, sino en medida que sobresale por encima de muchos de los patriotas de su tiempo de uno de los ejecutores directos de estas propuestas a través de acciones bélicas significativas, históricamente hablando.

Por diversos caminos, métodos y escenarios, Miranda y el filósofo Simón Rodríguez (1751-1854), preceptor de El Libertador Simón Bolívar (1783-1830), arribaron a un concepto de patria basada en la libertad y en la independencia total de cada pueblo del continente americano y, lo que es tan importante, dedicaron sus vidas a elaborarlo cuidadosamente desde el punto de vista teórico, a proclamarlo, a defenderlo cada quien a su modo y al precio, uno, al de su vida en el presidio en Cádiz al que fue confinado y, el otro, al precio de la indiferencia, el quebranto físico y de la extrema pobreza a que lo sometió la propia clase oligárquica terrateniente en que se convertirían el núcleo más conservador de los “compañeros de Miranda y Bolívar”, precisamente durante y, sobre todo al término de, la larga y sangrienta contienda por la independencia (1810-1830) del yugo colonial esclavista del Imperio español .

Simón Bolívar debe ser considerado como el pensador, desde el punto de vista de las ciencias sociales (sociología, etnología, politología), más original de cuantos intelectuales criollos y “foráneos”—incluyo entre éstos al eximio barón Von Humboldt (1789-1859) quien visitó Venezuela en 1799-- habían proporcionado una visión de nuestra historia y realidad hasta el instante del nacimiento de otro mundo que él, tal vez sin toda la conciencia que seamos capaces de imaginar, desencadenó con su pensamiento y acción libertarios a nivel del continente. En su escrito “Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla”, fechado en Jamaica el 6 de septiembre de 1815, nos proporcionó el cuadro más completo del proceso desencadenado por la conquista y colonización de Nuestra América y, a su vez, la tragedia a que España había conducido a sus territorios coloniales a cuyos habitantes—con su irracional, ineficaz y absurda actitud--no dejó puerta de escape y, por tanto, no les quedaba otra salida que la de hundirse en el “caos de la revolución”, son sus palabras, es decir, el de la ruptura violenta y sangrienta del “imperio de la dominación” impuesta por ella. Bolívar toca la llaga de nuestro origen: la Corona firmón un “contrato social” con Colón y los conquistadores que en la práctica se convirtió en un pacto con el diablo: a los descubridores, los conquistadores y pobladores del continente les prohibió usar fondos de la” real hacienda”, obligándoles pues a que ejecutasen su empresa por su cuenta y riesgo, a cambio de lo cual los consagró como los “señores de la tierra”, sobre la que ejercerían la organización de su administración y la judicatura en apelación, entre otros numerosísimos privilegios y exenciones.

En este pacto, el Rey se abstendría de vender las provincias americanas, atribuyéndose el derecho exclusivo del “alto dominio” sobre ellas y concediéndoles a aquellos eximios varones que nos invadieron “una especie de propiedad feudal”, para sí y para sus descendientes. Este pacto se traducía en la expropiación por la fuerza de la tierra habitada por pueblos originarios, quienes a su vez también pasaban a ser propiedad de los nuevos amos, una vez sometidos a espada y cruz, como ocurrió en casi todas partes; lo fáctico, asimismo, se traducía en un estado de derecho ilegal e ilegítimo, que se convertiría en perpetuo, al transferirse como herencia a la descendencia española del conquistador y en relación con aquellas personas que irían mezclándose con ellos o nacerían aquí. Los ingredientes de la sopa primordial impuesta por el Imperio español fueron colocados así en el caldero incandescente del Nuevo Mundo: la tierra constituyó su centro gravitacional, al que se irían incorporando otros elementos explosivos–como el favorecer a los peninsulares en el gobierno, empleos civiles, eclesiásticos y de rentas— y la tierra se convertiría en el problema principal y la pólvora que haría estallar los conflictos desde el arranque del proceso de la colonización hasta la independencia.

La revisión cuidadosa del enfoque histórico nos debe llevar a una evaluación más radical de lo sucedido en tierras americanas a la llegada del conquistador europeo, enfrentado por la población originaria con una resistencia activa y permanente durante mucho tiempo y, también en no menor medida, mediante la lucha armada. Con estos dos modos de resistir y enfrentarse al invasor de nuestros aborígenes, empezaron a forjarse los sentimientos y valores de la patria, muy distantes de los de la patria, primero de la oligárquica y luego de la burguesa, exaltada en la mayoría de los libros de texto escolares al uso. A muchos parecerá extraño que afirmemos que en aquellas acciones suyas y estrategia de resistir, comenzaron a afirmarse los cimientos de aquella otra patria en la que todavía estamos empeñados a dar como concluida en las circunstancias en que nos ha tocado desenvolvemos; aquella en la que cada ciudadano sea dignificado al gozar de las condiciones de igualdad económica y social plena, de los mismos derechos sin distinción de procedencia étnica o de ubicación o estatus en cualquier sociedad, del color de la piel, de filosofía o religión. Si adoptáramos este otro punto de vista que estoy proponiendo, en América la patria se empieza a forjarse en la punta de la primera flecha enviada en contra, o en la fuerza de la macana descargada en el cuerpo de los opresores que nos invadieron a partir del 12 de octubre de 1492, cuando por primera vez pisaron tierra de nuestro continente en la isla de Guahananí. El primer acto imperial y de expropiación colonialista se produce en el lenguaje: en el acto, aparentemente simple, de cambiarle el nombre a esta isla por el de San Salvador, igual que al de las personas que la habitaban, a quienes confundieron con hindúes y llamaron “indios”.

La respuesta de los invadidos pueblos originarios--- nos enseñan en las idílicas láminas de los libros escolares-- fue pacífica y, en estos libros, el 12 de octubre de 1492 se declara como el del “descubrimiento de América” para luego terminar por solemnizarlo como el “Día de la raza”, mediante una doble manipulación racista de lo que sucedió realmente en la historia. El rostro del conquistador se transforma en la del descubridor ,de modo que, a quien descubre, le asiste el derecho de apropiarse de lo descubierto; al supuesto descubridor y a sus rapaces acompañantes se les convertirá en “soldados de avanzada de la Evangelización” a que debían ser sometidos los salvajes y primitivos moradores. Todo el continente terminaría por ser conquistado y rebautizado como “Las Indias del Mar Océano” y “Nuevo Mundo”. Naturalmente, en esta historia tergiversadora que empezó a tejerse en el Diario de navegación de Cristóbal Colón se oculta el comportamiento del invadido: su oposición violenta y resistencia ante el invasor…Pero sobre todo, esta historia contada, escrita e impuesta por la clase dominante ha ocultado siempre la muy contundente defensa de la tierra que luego terminarían por arrebatarle a nuestros aborígenes. Nuestro enfoque de lo que sucedió en Nuestra América desde aquel evento inicial que tuvo lugar en la isla Guhananí del Caribe está enfocado en este último “medio de producción”: la tierra, que aclaro no fue defendida sólo desde el punto de vista económico, sino asimismo con mayor tesón y energía como Tierra, es decir, como suelo sagrado que, en una de nuestras lenguas originales, se denomina Pachamama.

Volviendo al concepto de patria que dibujamos más arriba, las estrategias de resistencia y de lucha activa de nuestros pueblos autóctonos se extenderían en el tiempo hasta llegar el presente; es decir, están íntimamente imbricadas en el tejido de nuestro espacio y tiempo hasta formar parte de nuestro arsenal inconsciente y, cada vez más, de la conciencia de nuestros paisanos del continente. También continuó forjándose la patria y un concepto de patria propio en otros tipo de espacio de resistencia, en este caso “mestizo”: en el espacio de lo profundo del monte adonde escaparon y se asentaron los aborígenes que no fueron exterminados por los conquistadores europeos y al que irían llegando tiempo después los africanos que escaparon de la plantación esclavista o de la no menos oprobiosa servidumbre doméstica. Ese espacio fue denominado con varias palabras, como las de cumbe y palenque, donde precisamente aquellos supuestos pacíficos “indios” se habían convertido en rebeldes y los africanos antes sometidos a la esclavitud en cimarrones. En los palenques ambos grupos humanos de origen étnico distinto convivirían, intercambiarían y se mezclarían desde el punto de vista biológico y también cultural para dar lugar a una variedad de mestizos. Indios, africanos y mestizos lucharon lucharían juntos con armas rudimentarias, pero con excepcional sentido de la creatividad y de la inteligencia contra los perros y las armas de las cuadrillas de rancheadores pagadas por los esclavistas para devolver a la condición de servidumbre a quienes prefirieron morir libres en el monte antes que volver a ser esclavos en la plantación en la que habían sido encarcelados.

1.2 El proceso de la liberación de los pueblos nuestroamericanos comenzó en 1492

No basta con calificar a aquellos movimientos iniciales de los pueblos aborígenes, de africanos esclavizados y de negros y mulatos libres como antiesclavistas: estas gestas pertenecen en propiedad al proceso de liberación social y humana donde se forjaron los dos valores cardinales de libertad y de independencia, siglos antes de haber sido proclamados en clasistas banderas por las revoluciones burguesas en el Viejo Mundo. En conclusión, en aquellas cualidades de alta estima forjadas por aborígenes en su lucha de resistencia inicial y, a continuación, junto a ellos, por los negros africanos esclavizados y negros y mulatos libres, descansará el primer concepto de lo que pudiéramos llamar “patria chica”, que dará paso al concepto definitivo de patria soberana, libre e independiente por la que, reiteramos, todavía estamos luchando. A partir de este nuevo enfoque y sistema axiológico, tenemos el compromiso de revisar para escribir nuestra historia nuestramericana, la de Guicaipuro, Paramaconi, Guaicamacuto y el auténtico Manaure y la del guerrillero coriano Bacoa, pasando por los héroes africanos, como Andresote, hasta el último de los rebeldes enfrentados a la explotación de las clases sociales opresoras.

Propongo, pues, una manera distinta de tratar los acontecimientos y a los actores sociales principales que intervienen en ellos: lo hago refiriéndolos a los procesos productivos—tanto de la producción material como no material-- que tienen lugar en toda sociedad, en los que es fundamental la relación de la gente con los medios de producción material en que ella basa su vida o que constituye su fundamento, fuerza o actividad interna sustancial con que ella obra para mantenerse en un tiempo y en un espacio determinados en situación ventajosa. Vamos a echar una hojeada a la situación que experimentaban los diferentes grupos humanos sometidos a la dominación de una clase social esclavista local, unida estrechamente al dominio español en el país y cuyos mecanismos represivos, militares e ideológicos—por antonomasia, los religiosos de la Iglesia católica, brazo cultural del dominio colonial en América-- utilizaba para mantener su privilegiado e infame estatus social. En cuanto a la situación social de estos grupos en Coro, tómense en cuenta los datos sistematizados Miguel Acosta Saignes* para la Venezuela del “arranque” formal de la independencia (1810), cuyo bicentenario estamos celebrando en el presente año. Aquí debió de funcionar el mismo sistema de explotación despiadada ejercido por España en sus territorios coloniales de América y reproducida y, en ocasiones, superada por la clase terrateniente esclavista criolla, frente a los cuales se explicaría mejor la reacción explosiva de los dominados en diversas latitudes de nuestro hemisferio, comenzando por la de los heroicos “jacobinos negros” aquel memorable 14 de agosto de 1791 en Bois Caimán.

____________________________________________________________________
*Para 1810, Venezuela estaba compuesta por un 61,3 % “gente color”, es decir, por negros africanos esclavizados, cimarrones, pardos y negros libres frente al 20,3 % de población “blanca” integrada por españoles y criollos y, finalmente, un 18, 4 % de “indígenas” en condición de tributarios, no tributarios y marginales. La suma de los dos grupos poblacionales “no blancos” nos proporciona casi cuatro cuartos de la población desprovista de medios de producción, fundamentalmente de la tierra sobre la que descansaba la vida del pueblo. Doscientos años después, la Revolución bolivariana sigue teniendo como una de sus tareas prioritarias en su agenda social la lucha contra el latifundio y el garantizar el derecho a la tierra de quienes la han trabajado toda la vida. Miguel Acosta Saignes: Acción y utopía del hombre de las dificultades. La Habana, Casa de las Américas, 1977, p. 45.

II.- El escenario físico de los hechos y sus protagonistas

2.1 El contexto local y regional

Para la fecha (1795) de la insurrección armada de la Sierra coriana, ¿qué comprendía, cómo era el espacio denominado Curiana y por quiénes estaba habitado? En un diccionario* publicado en la época, se nos habla de Coro como una zona “cálida y seca”, de terreno arenoso el que, a pesar de escasear el agua, es “regalada y abundante de cuanto es necesario” por la producción de numerosas especies de frutos y la crianza de ganado vacuno y cabrío, del cual se obtienen quesos y cordobanes, que se exportan a Caracas, Cartagena de Indias y Santo Domingo, igual que mulas y cacao. Esta obra nos pinta este “pueblecillo de indios” como uno en que sus habitantes gozan de tanta salud que los hacía prescindir de médicos.* (*Pedro de Alcedo: Diccionario histórico geográfico de las Indias Occidentales o América. Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1786-1789.) Debido a diversas afirmaciones, este el asunto del área física que abarcaba Coro debe ser cuidadosamente examinado, partiendo de los escasos estudios regionales con que contamos. Debe tomarse muy en cuenta que, en el período prehispánico, se llamaba Curiana un asentamiento aborigen que, según algunos autores, formaba parte de una región firmemente unida al Caribe, por la excepcional extensión física de sus costas—casi de mil quilómetros—y el semejante entramado étnico y cultural que se extiende desde Tierra Firme hasta las denominadas Antillas Holandesas, particularmente a Curazao y Aruba, cuya historia y destino estuvieron raigalmente unidos a los de sus convecinos. De modo que estamos en presencia de una subregión histórico-cultural de caras al Caribe, remarcadamente. Curiana se refería a un espacio poblado por los pueblos caquetíos que habitaban el territorio comprendido en el actual Estado Falcón y el noroeste del actual Estado Lara, entre la Península de Paraguaná y las márgenes del río Tocuyo, aunque para prestigiosos investigadores de la cultura, como Luis Arturo Domínguez*(“Se alzó en la sierra el zambo José Leonardo”, Revista Bigott, número 49, abril, mayo, 1999, p.19, passim) se extendía desde la Guajira hasta el centro de la actual República Bolivariana de Venezuela. También hay estudiosos que la conciben como una comunidad multiétnica que se extendía desde el eje Coro-Paraguaná hasta las cercanas islas de las hoy denominadas Antillas Holandesas, entre las que destacan Curazao, Bonaire y Aruba. Parte de los autores coinciden en que al norte del territorio habitaban los grupos de caquetíos, caribes y ciparacotos, mientras que en el punto geográfico opuesto lo hacían los ayamanes, los cuibas, los gayones y los jirajaras.

Se ha impuesto la pauta de que los caquetíos eran pacíficos aborígenes aplicados a tareas agrícolas y que eran sometidos a la barbarie de los guerreros caribes, lo que provocó un supuesto pedido de auxilio a las autoridades españolas, la que se concretó en el “abrazo del Diao Manaure” con el “noble y generoso” conquistador Juan de Ampíes, quien a la sazón se desempeñaba como gobernador de las “Islas gigantes” Curazao, Aruba y Bonaire. Este relato al estilo de las “historias eclesiásticas” que enseñan en los planteles de la enseñanza elemental es desmontado con la sola mención a los hechos de que dan testimonio los propios invasores españoles, desde las primeras expediciones encabezadas por el capitán Alonso de Ojeda (1499) hasta la llegada a Coro, en 1530, del alemán Nicolás Federmann, durante el dominio de los banqueros alemanes “Welser y Compañía”: desde aquel período inicial de la Conquista de América hubo una activa y sangrienta resistencia de la población aborigen asentada en este territorio. Otros hechos todavía quedan por ser esclarecidos por los historiadores e investigadores de disímiles disciplinas dentro de las ciencias sociales, por ejemplo el que emerge de la siguiente pregunta: ¿qué pasó con Manaure, esfumado de la historia luego de ser impuesta esta idílica visión de lo sucedido, resuelta en la catequización de aquellos supuestos dóciles caquetíos ante la violenta arremetida de los conquistadores? Lo más probable, tal vez, es que haya sido asesinado o desaparecido, sino se fue a su espacio de rebeldía a continuar la lucha que se prolongará en el espíritu de rebeldía hasta el período que nos toca analizar en el presente artículo.

La “verdad verdadera” es que la población aborigen fue diezmada tempranamente por las armas de los “cristianos españoles”, o por las diversas enfermedades que les transmitieron mediante las constantes violaciones de sus mujeres o a consecuencia de la pronta reducción a la esclavitud a que aquélla fue sometida. De aquel genocidio da cuenta temprana, en 1529, el propio Federmann, en su tránsito por La Española rumbo a Coro, al afirmar que “no habitan ni una sola aldea que les pertenezca, sino que son esclavos de los cristianos, es decir, los pocos que quedan, porque casi se han acabado. De quinientos mil habitantes de varias naciones y lenguas que había en la isla hace cuarenta años, no subsisten veinte mil con vida; murieron en gran número de la viruela, otros perecieron en las guerras, otros en la minas de oro donde los cristianos los obligaban a trabajar contra su costumbre…”* (“Bella y agradable narración del primer viaje de Nicolás Federmann el joven, de Ulm, a las Indias del Mar Océano y de todo lo que le sucedió hasta su vuelta a España, escrita brevemente y de divertida lectura”. Traducción del francés hecha por Pedro M. Arcaya. En Rafael Sánchez: Curiana. Coro, Instituto de cultura del Estado Falcón, 1999, p. 17. Impresión facsimilar de una versión de esta obra publicada en 1970.)

Dos siglos y sesentaicinco años después del anterior testimonio de Federmann, seguía predominando en esta región venezolana el mismo sistema capitalista de producción basado en el uso de la fuerza de trabajo esclavo que imperaba en Venezuela desde entonces, impuesto por la clase dominante, mediante la fuerza, a la población “de color”, es decir, a lo que quedó de los pueblos originarios o amerindios, a los africanos esclavizados y a las numerosas modalidades de mestizajes que se produjeron entre los europeos y este arcoíris de pueblos de procedencia étnica diversa puestos en contacto durante el largo proceso de la conquista y la colonización del Nuevo Mundo. La azarosa pigmentación de la piel de la gente originaria del continente y la de los mestizos constituía un signo aceptado identificativo de “primitivismo”, atavismo e inferioridad, para justificar la servidumbre.

Sintetizando: tanto los amerindios, como los hijos de África que al principio se les unieron en el palenque y, los que se les acompañarían más tarde, los mestizos resultantes del entrecruzamiento entre ambos y o con el europeo, estaban sometidos, los dos primeros grupos a un sistema de esclavitud directa y los otros a una de las modalidades de la esclavitud encubierta que se ha prolongado hasta el presente, con más o menos matices diferentes, según el dominio de los imperios que nos conquistaron, es decir, el español, el francés, el portugués, el inglés, el holandés y el más reciente el imperio usa-americano. Este contexto etno-cultural nos permite responder a la pregunta que raramente formulan con claridad meridiana algunos investigadores: ¿de dónde surgieron y quiénes fueron José Caridad González y José Leonardo Chirino para convertirse en líderes revolucionarios de la insurrección armada más importante que se produjo en el Caribe a continuación de la Revolución de Haití? En primer lugar, ambos devinieron líderes de comunidades de gente oprimida de las que surgieron y, en tanta o más medida, fueron fruto de las contradicciones flagrantes que dominaban el escenario social en que se desenvolvió su vida. Su liderazgo fue fruto de la contradicción resultante de la posesión semi feudal de la tierra en que se sostenía el modo de producción esclavista en la región coriana, el uso del trabajo esclavo para obtener plusvalía y su enfrentamiento a un mundo capitalista en cuyo seno se estaban abriendo paso, desde Europa, las condiciones que darían lugar a la Revolución industrial que terminaría por negar drásticamente el empleo de la mano de obra esclava. Con fuerza cuyo impacto en nuestras jóvenes sociedades no tomamos en cuenta, los valores producidos por la cultura burguesa europea llegarían a América, afectando primero a los criollos –hispanos nacidos aquí—y luego a las clases sociales calificadas de “inferiores”: a pobladores originarios, africanos esclavizados y negros y mestizos libres.

2.1 El contexto nacional: la Venezuela colonial esclavista

Para algunos autores, desde fines del siglo XVIII y hasta los primeros años del siglo siguiente, la Venezuela colonial tenía una economía floreciente resultante de la riqueza agrícola y del comercio interno y externo que la catapultaba a una situación de expansión y de bonanza (*José Marcial Ramos Guédez: Contribución a la historia de las culturas negras en Venezuela colonial. Caracas, Fondo editorial IPASME, 2001, p. 45.) En su extensa geografía—“…más de un millón de kilómetros cuadrados, bajo climas y con medios de de vida diferentes…”* (Caracciolo Parra Pérez: Historia de la primera República de Venezuela, tomo I, p. 73, apud Ramos Guédez)—la población negroafricana sería implantada en “el litoral central, las costas de oriente, los valles de Barlovento, el Tuy, Aragua, Yaracuy, al sur del lago de Maracaibo, la Serranía de Coro, algunas zonas de los llanos y de los Andes, etc., en situación, básicamente, de mano de obra esclava o de manumisos o libertos en actividades económicas lucrativas como la minería, la pesca de perlas, la agricultura y, en menor medida, en el trabajo artesanal.

Sin embargo, la estructura económico-social y étnica estaba signada por una concentración tremenda de las riquezas en un por ciento ínfimo de la sociedad enfrentada a más del 80 % de desposeídos y de fuerza de trabajo sobreexplotada, en la que la “gente de color”, integrada por los africanos e “indios” esclavizados, negros, mulatos y mestizos libres, llevaba la peor parte. Especialmente, el color de la piel, y re marcadamente el color negro, remitía a grupos humanos a una condición social y económica: la de los “siervos del trabajo” que señalaba Bolívar en su documento conocido por la Carta de Jamaica. Negro y esclavo eran para la época sinónimos. Y, exportando la experiencia obtenida en las grandes plantaciones del Caribe, en Venezuela fue empleada como fuerza de trabajo esclavo, en la mayoría de sus territorios en cultivos de caña de azúcar, café, algodón, cacao, maíz y añil, entre otros. Estas circunstancias provocaron, tempranamente, la estampida del oprimido a zonas de difícil acceso, como los intricados montes, donde se levantaron distintos tipos de asentamientos humanos rebeldes, entre los que sobresalieron los cumbes o palenques, las rochelas y los patucos. Miguel Acosta Saignes* (*M.A.S.: Vida de los esclavos negros en Venezuela, p.293-294.) calcula que, para fines de siglo XVIII, de un total de 60 mil esclavos existentes en la entonces provincia de Venezuela había 30 mil cimarrones. Las sociedades de negros y sobre todo de cimarrones proliferaron a lo largo y ancho de la geografía venezolana y en ellas los oprimidos alcanzaron la condición de hombres libres a la que nunca volverían a renunciar.

De ahí que, durante su período de dominio en España, los Borbones se emplearan en introducir cambios económicos, políticos y administrativos en sus enclaves coloniales en América para palear tan enconadas contradicciones. Finalmente, estas tardías medidas tendrían su remate en la Real Cédula del Rey Carlos III que dejaría constituida la Capitanía General de Venezuela para permitir la integración “gobernativa y militar” de sus provincias. Pero ni siquiera el Código Negro, emitido en 1789 por la Corona española para evitar los excesos de crueldad, maltratos y constante deterioro de la mano de obra esclava, surtió el menor cambio en su deshumanizante situación; no pasó de ser, según el profesor venezolano Ramos Guédez,* (*Ib., p. 48) uno de los tantos gestos humanitarios inútiles. Esta situación concreta se habría convertido en un caldo hirviente de enconos y violencia reprimida creciente entre las clases marginadas y oprimidas, al que se añadían, por contraste, otros elementos que terminarían por ampliar sus niveles de conciencia –factor subjetivo—conducente a su organización secreta en la que se elaboraría un plan de insubordinación—factor objetivo.

2.2. El contexto europeo y caribeño

En efecto, constituía una flagrante contradicción el que 6 años después de haberse desencadenado la Revolución Francesa que proclamó los principios de la libertad y la igualdad por los que debía regirse la vida humana en sociedad y, especialmente, a escasos 4 de la primera insurrección victoriosa de esclavos en la historia de la humanidad ocurrida en la colonia francesa de Haití, la población aborigen siguiera esperando por el cese de la servidumbre, los esclavos clamaran por su libertad y los mestizos, al igual que todos sin distinción, por la igualdad social. A esta circunstancia socio-económica hay que sumar el agravante del aparato burocrático-represivo que denominamos Estado colonial esclavista existente entonces en Venezuela, el que era detentado por la rígida e ineficiente administración española centralizada en Caracas, en la sujeción de la actividad económica basada en el monopolio comercial concentrado en la Compañía Guipuzcoana y el dominio político que descansaba en un Ejército profesional insuficientemente equipado y entrenado. Como acertadamente señala Luis Brito García, para todo este período el plato está servido para que estas tensiones sociales dadas por las expectativas de los oprimido estallen en esporádicas alzamientos de esclavos, como la del Negro Miguel en Buría en 1552; rebeliones contra el monopolio comercial de la mencionada Compañía, como la del mestizo Andrés López en 1730 y la de Juan Francisco de León en 1749 ; alzamientos en defensa de los fueros locales, como el de los comuneros de Mérida en 1781; (y) rebeliones antiesclavistas, como la de José Leonardo Chirinos en Coro en 1795 (…)”(L.B.G.: Para comprender y querer a Venezuela. Consejo Nacional de la cultura, 2004, p.18, passim)

Mas, ¿cuál fue la situación concreta desde el punto de vista etno-cultural, social y económico existente para que se produjera precisamente en Curiana—no, en ningún otro de la geografía venezolana-- la insurrección encabezada por José Caridad y José Leonardo? Para quienes no prestan atención al factor subjetivo, les recuerdo que los valores se sienten, no se piensan como los conceptos, y los objetos vinculados a los sentimientos, como los asociados a la familia, a los allegados o semejantes por origen o pertenencia común, se convierten en ocasiones en factores desencadenantes de mayor alcance y potencia que los factores objetivos o de relaciones con los bienes materiales, como los intereses económicos bien definidos y tangibles. La frustración de los grupos marginados y excluidosa que se refirió Brito García en el fragmento de su libro que citamos en el párrafo anterior, debe ser analizada a la luz de un marco de mayor crudeza, referido a la sobreexplotación económica y a la opresión racial y cultural sufridos en carne propia por los africanos.

Siempre que reflexiono en torno a este último tema, lo refiero a la violencia desatada por las clases oprimidas de Haití contra sus amos franceses, cuyas cabezas volaron al filo del machete libertador junto a las cabezas de sus seres queridos, en el instante mismo del desencadenamiento de la insurrección después de la ceremonia voduista realizada en Bois Caimán, en agosto de 1791. El grado de esa violencia era proporcional a la violencia con que los amos ejercían su dominio sobre las clases ahora rebeladas, las que no disponían de arma más eficaz que el de su enemistad y su sentimiento de frustración por la injusticia histórica acumulada durante demasiado tiempo. Parecería que esta correlación se manifiesta con el estilo de una ley que rige el enlace y el desenlace de los acontecimientos de cambios trascendentales de la Humanidad, dando fundamento a la afirmación de que la violencia es la partera de la historia. José Leonardo y José Caridad no hicieron otra cosa que ser vehículos de las necesidades de justicia de los grupos humanos a los que pertenecían y éstos supieron poner en ambos los elementos de dinamización para que los guiara y organizaran los elementos que se iban a poner de manifiesto aquel 10 de mayo de 1795. Para acercarnos a tan escabroso asunto, veamos la composición social.

Según ha apuntado el estudioso Luis Arturo Domínguez, se calcula que para entonces había un total de 3,260 esclavos, 960 de los cuales estaban situados en territorios de los actuales Municipios Miranda y Colina, incluyendo su zona rural y montañosa; 600 en los territorios de las serranías de Cabure y San Luis y 400 en la jurisdicción de Casigua (Idem, p.21. ) Este mismo investigador afirma que la propiedad de la tierra estaba concentrada en manos de pocas familias corianas, entre las que sobresalen la representada por José Zavala y su suegro Antonio Zárraga, así como la de Pedro Manuel Chirino y su cuñado José Tellería, este último propietario de la hacienda El Socorro donde trabaja como doméstica la esposa con quien José Leonardo tuvo varios hijos, nacidos en condición de esclavos. Para este último amo trabaja José Leonardo, quien gozaba de tal confianza al punto que lo había acompañado en sus viajes por varias islas del Caribe, incluida Haití, según se afirma en varias fuentes escritas.

Las extensas tierras en manos de la oligarquía terrateniente estaban empleadas en cultivos extensivos, como el de la caña de azúcar, la que proveía la materia prima para su elaboración artesanal en los trapiches y la obtención de las panelas de azúcar; asimismo existían cultivos de frutos menores y de ganado vacuno, asnar, caballar y caprino, animales de los cuales se obtenían cueros para la exportación. Entre las haciendas y hatos pecuarios, la población aborigen y los negros africanos, tanto siervos como libres, se habían aplicado a la producción de frutos menores para la sobrevivencia de sus familias y, dado los vaivenes del mercado hacia el que los amos destinaban los productos agrícolas locales, estos pequeños productores agrícolas vivían en precarias condiciones materiales de existencia y, cuando lograban algunos excedentes productivos, se veían obligados a trasladarlos en hombros o a lomo de burro a Coro o a otros sitios poblados, no para venderlos sino para intercambiarlos por bienes de que carecían en el campo. En el camino, estaban obligados a pasar por numerosas las alcabalas, en las que los agentes allí apostados aplicaban impuestos draconianos y en muchas ocasiones los despojaban de sus bienes, al transitar hacia cualquier sitio o al regreso de éste a sus tierras de origen. Mas en este contexto de explotación y extorsión local, actuaban otros factores políticos que deben ser explicados a partir de lo que había estado ocurriendo en Europa, específicamente en Francia y que tienen su repercusión en la España monárquica; esos factores, junto con sus expresiones en la cultura, se colocaron en línea para precipitar las protestas de los oprimidos en la sierra coriana ante tantas y tales injusticas, en apariencia sólo de tipo económico.

Desde el arranque del largo período en que se instituye el sistema capitalista a nivel planetario con la marca del coloniaje --desde 1492 al 1783 (Guerra de independencia de Estados Unidos o de las Trece Colonias en Norteamérica, iniciada en 1775 ) y al , (Revolución haitiana en el Caribe, iniciada en agosto de 1791 )—, en el Occidente cristiano europeo, el floreciente y lucrativo comercio de esclavos excita tempranamente el enfrentamiento entre los Imperios colonialistas, cuyas empresas dedicadas al tráfico de “piezas de ébano” se disputan los territorios del África subsahariana, donde establecen sus factorías o enclaves para garantizar el dominio de dicho comercio. A menudo, estas disputas desembocan en guerras entre los nacientes Estados nacionales, como las desatadas por Francia e Inglaterra contra España en 1780. Durante el período conocido como el del “reformismo de los borbones” franceses en España—con el interludio de la Guerra de Secesión española (1702-1714) en que enfrentaron la Corona hispana de Carlos II los imperios ingleses, del Sacro Imperio y el de las Provincias Unidas u Holanda para impedir que un noble francés, Felipe de Anjou, ocupara el trono madrileño—hubo un esfuerzo porque los cambios se extendieran a las colonias de América, especialmente durante el reinado del monarca Carlos IV (1788-1808.)

Este último gobierno monárquico, coincide con el tiempo de la burguesa Revolución Francesa (1789-1799), inspirada en las ideas de la libertad y la igualdad elaboradas por el movimiento filosófico y cultural europeo de la Ilustración, lanzadas al mundo, y que llegaron a América por diversas vías y medios*. (*En este contexto debe tomarse muy en cuenta que este movimiento tiene considerables repercusiones en la cultura española, entre la que destacan incluso algunos ministros, como Gaspar Melchor de Jovellanos, considerado como su máximo representante en el gobierno.) Entre los importantes resultados de este cambio socio-político, filosófico e ideológico radical, sin duda que uno de los más significativos lo constituye el cuerpo de las numerosas leyes que pusieron fin al antiguo régimen feudal y, entre ellas, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) tendría una repercusión decisiva en la mentalidad de una clase social que emergía en nuestro continente. Haciendo un ejercicio de imaginación sociológica, se explica la insistencia en la expresión de la “ley francesa” entre los implicados en la insurrección conocida como la de los “negros de la sierra coriana.” En París, la Asamblea Nacional es sustituida por la Convención Nacional, dominada por el ala radical de la clase burguesa y que procede a instaurar la República, luego del guillotinamiento del rey, al que siguió la instauración del Tribunal Revolucionario que impuso las ejecuciones sumarias para detener la oposición al cambio, tanto interna como externa. ¿Acaso estos trascendentales acontecimientos no llegaron a oídos de los descendientes de hispanos nacidos en América, de los criollos y, a través de sus comentarios, a los de sus siervos?

III.- Los actores sociales protagonistas del levantamiento armado del 10 de mayo de 1795

En efecto, todos los elementos de orden subjetivo que hemos mencionado terminarían por introducirse en los parajes más apartados de la geografía venezolana, incluida la olvidada Sierra Coriana, en la que, ¿qué había estado ocurriendo entre las clases marginales?

A las tensiones entre las grandes potencias europeas, hay que añadir el enfrentamiento entre el monarca español Carlos IV y su hijo Fernando VII, agravada más tarde por la pretensión de la burguesía gala por anexar a España a Francia.

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Desde 1783 comenzó la elaboración del Carolingio Código Negro que las autoridades españolas se esforzarían por impedir que se hiciera efectivo en sus posesiones coloniales del Nuevo Mundo.