jueves, 11 de febrero de 2010

José Caridad González Curazao Caribe Rebeliones, por José Millet Esclavitud

José Caridad González y José Leonardo Chirino: líderes revolucionarios de la insurrección armada de la Sierra Coriana del 10 de mayo de 1795.

A la Corte de El Libertador: a Guaicaipuro, El Negro Primero y Simón Bolívar, corona celestial de María Lionza.

Por José Millet*

I.- Visión de la historia

1.1 La historiografía tradicional y su opuesto: la que cuentan los pueblos.

A menudo los historiadores se enfocan en el estudio de los hechos que marcan hitos importantes en la evolución o la historia de un grupo humano en cuyos miembros aquéllos han tenido y tienen un revelador impacto. Otras veces lo hacen en torno a personalidades que, por sus características especiales individuales, valores y acciones particulares que afectan intereses de conglomerados humanos de magnitud, provocan efectos parecidos. Al hacerlo dividen la escala de tiempo en etapas a las que tienen que ajustar el modo de clasificar a unos y a otros, en las que no entran algunas figuras por desbordar estos maniqueos encasillamientos. En cuanto a aplicación a la historia venezolana, afrontamos el absurdo de considerar al Generalísimo Francisco de Miranda (1750-1816) como “precursor” de la independencia venezolana, cuando se trata no sólo de uno de los forjadores principales de los ideales de la ruptura más radical del dominio del decadente Imperio español en toda Nuestra América, de la conformación de un Estado multinacional de derecho social a partir de la liberación de Venezuela, sino en medida que sobresale por encima de muchos de los patriotas de su tiempo de uno de los ejecutores directos de estas propuestas a través de acciones bélicas significativas, históricamente hablando.

Por diversos caminos, métodos y escenarios, Miranda y el filósofo Simón Rodríguez (1751-1854), preceptor de El Libertador Simón Bolívar (1783-1830), arribaron a un concepto de patria basada en la libertad y en la independencia total de cada pueblo del continente americano y, lo que es tan importante, dedicaron sus vidas a elaborarlo cuidadosamente desde el punto de vista teórico, a proclamarlo, a defenderlo cada quien a su modo y al precio, uno, al de su vida en el presidio en Cádiz al que fue confinado y, el otro, al precio de la indiferencia, el quebranto físico y de la extrema pobreza a que lo sometió la propia clase oligárquica terrateniente en que se convertirían el núcleo más conservador de los “compañeros de Miranda y Bolívar”, precisamente durante y, sobre todo al término de, la larga y sangrienta contienda por la independencia (1810-1830) del yugo colonial esclavista del Imperio español .

Simón Bolívar debe ser considerado como el pensador, desde el punto de vista de las ciencias sociales (sociología, etnología, politología), más original de cuantos intelectuales criollos y “foráneos”—incluyo entre éstos al eximio barón Von Humboldt (1789-1859) quien visitó Venezuela en 1799-- habían proporcionado una visión de nuestra historia y realidad hasta el instante del nacimiento de otro mundo que él, tal vez sin toda la conciencia que seamos capaces de imaginar, desencadenó con su pensamiento y acción libertarios a nivel del continente. En su escrito “Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla”, fechado en Jamaica el 6 de septiembre de 1815, nos proporcionó el cuadro más completo del proceso desencadenado por la conquista y colonización de Nuestra América y, a su vez, la tragedia a que España había conducido a sus territorios coloniales a cuyos habitantes—con su irracional, ineficaz y absurda actitud--no dejó puerta de escape y, por tanto, no les quedaba otra salida que la de hundirse en el “caos de la revolución”, son sus palabras, es decir, el de la ruptura violenta y sangrienta del “imperio de la dominación” impuesta por ella. Bolívar toca la llaga de nuestro origen: la Corona firmón un “contrato social” con Colón y los conquistadores que en la práctica se convirtió en un pacto con el diablo: a los descubridores, los conquistadores y pobladores del continente les prohibió usar fondos de la” real hacienda”, obligándoles pues a que ejecutasen su empresa por su cuenta y riesgo, a cambio de lo cual los consagró como los “señores de la tierra”, sobre la que ejercerían la organización de su administración y la judicatura en apelación, entre otros numerosísimos privilegios y exenciones.

En este pacto, el Rey se abstendría de vender las provincias americanas, atribuyéndose el derecho exclusivo del “alto dominio” sobre ellas y concediéndoles a aquellos eximios varones que nos invadieron “una especie de propiedad feudal”, para sí y para sus descendientes. Este pacto se traducía en la expropiación por la fuerza de la tierra habitada por pueblos originarios, quienes a su vez también pasaban a ser propiedad de los nuevos amos, una vez sometidos a espada y cruz, como ocurrió en casi todas partes; lo fáctico, asimismo, se traducía en un estado de derecho ilegal e ilegítimo, que se convertiría en perpetuo, al transferirse como herencia a la descendencia española del conquistador y en relación con aquellas personas que irían mezclándose con ellos o nacerían aquí. Los ingredientes de la sopa primordial impuesta por el Imperio español fueron colocados así en el caldero incandescente del Nuevo Mundo: la tierra constituyó su centro gravitacional, al que se irían incorporando otros elementos explosivos–como el favorecer a los peninsulares en el gobierno, empleos civiles, eclesiásticos y de rentas— y la tierra se convertiría en el problema principal y la pólvora que haría estallar los conflictos desde el arranque del proceso de la colonización hasta la independencia.

La revisión cuidadosa del enfoque histórico nos debe llevar a una evaluación más radical de lo sucedido en tierras americanas a la llegada del conquistador europeo, enfrentado por la población originaria con una resistencia activa y permanente durante mucho tiempo y, también en no menor medida, mediante la lucha armada. Con estos dos modos de resistir y enfrentarse al invasor de nuestros aborígenes, empezaron a forjarse los sentimientos y valores de la patria, muy distantes de los de la patria, primero de la oligárquica y luego de la burguesa, exaltada en la mayoría de los libros de texto escolares al uso. A muchos parecerá extraño que afirmemos que en aquellas acciones suyas y estrategia de resistir, comenzaron a afirmarse los cimientos de aquella otra patria en la que todavía estamos empeñados a dar como concluida en las circunstancias en que nos ha tocado desenvolvemos; aquella en la que cada ciudadano sea dignificado al gozar de las condiciones de igualdad económica y social plena, de los mismos derechos sin distinción de procedencia étnica o de ubicación o estatus en cualquier sociedad, del color de la piel, de filosofía o religión. Si adoptáramos este otro punto de vista que estoy proponiendo, en América la patria se empieza a forjarse en la punta de la primera flecha enviada en contra, o en la fuerza de la macana descargada en el cuerpo de los opresores que nos invadieron a partir del 12 de octubre de 1492, cuando por primera vez pisaron tierra de nuestro continente en la isla de Guahananí. El primer acto imperial y de expropiación colonialista se produce en el lenguaje: en el acto, aparentemente simple, de cambiarle el nombre a esta isla por el de San Salvador, igual que al de las personas que la habitaban, a quienes confundieron con hindúes y llamaron “indios”.

La respuesta de los invadidos pueblos originarios--- nos enseñan en las idílicas láminas de los libros escolares-- fue pacífica y, en estos libros, el 12 de octubre de 1492 se declara como el del “descubrimiento de América” para luego terminar por solemnizarlo como el “Día de la raza”, mediante una doble manipulación racista de lo que sucedió realmente en la historia. El rostro del conquistador se transforma en la del descubridor ,de modo que, a quien descubre, le asiste el derecho de apropiarse de lo descubierto; al supuesto descubridor y a sus rapaces acompañantes se les convertirá en “soldados de avanzada de la Evangelización” a que debían ser sometidos los salvajes y primitivos moradores. Todo el continente terminaría por ser conquistado y rebautizado como “Las Indias del Mar Océano” y “Nuevo Mundo”. Naturalmente, en esta historia tergiversadora que empezó a tejerse en el Diario de navegación de Cristóbal Colón se oculta el comportamiento del invadido: su oposición violenta y resistencia ante el invasor…Pero sobre todo, esta historia contada, escrita e impuesta por la clase dominante ha ocultado siempre la muy contundente defensa de la tierra que luego terminarían por arrebatarle a nuestros aborígenes. Nuestro enfoque de lo que sucedió en Nuestra América desde aquel evento inicial que tuvo lugar en la isla Guhananí del Caribe está enfocado en este último “medio de producción”: la tierra, que aclaro no fue defendida sólo desde el punto de vista económico, sino asimismo con mayor tesón y energía como Tierra, es decir, como suelo sagrado que, en una de nuestras lenguas originales, se denomina Pachamama.

Volviendo al concepto de patria que dibujamos más arriba, las estrategias de resistencia y de lucha activa de nuestros pueblos autóctonos se extenderían en el tiempo hasta llegar el presente; es decir, están íntimamente imbricadas en el tejido de nuestro espacio y tiempo hasta formar parte de nuestro arsenal inconsciente y, cada vez más, de la conciencia de nuestros paisanos del continente. También continuó forjándose la patria y un concepto de patria propio en otros tipo de espacio de resistencia, en este caso “mestizo”: en el espacio de lo profundo del monte adonde escaparon y se asentaron los aborígenes que no fueron exterminados por los conquistadores europeos y al que irían llegando tiempo después los africanos que escaparon de la plantación esclavista o de la no menos oprobiosa servidumbre doméstica. Ese espacio fue denominado con varias palabras, como las de cumbe y palenque, donde precisamente aquellos supuestos pacíficos “indios” se habían convertido en rebeldes y los africanos antes sometidos a la esclavitud en cimarrones. En los palenques ambos grupos humanos de origen étnico distinto convivirían, intercambiarían y se mezclarían desde el punto de vista biológico y también cultural para dar lugar a una variedad de mestizos. Indios, africanos y mestizos lucharon lucharían juntos con armas rudimentarias, pero con excepcional sentido de la creatividad y de la inteligencia contra los perros y las armas de las cuadrillas de rancheadores pagadas por los esclavistas para devolver a la condición de servidumbre a quienes prefirieron morir libres en el monte antes que volver a ser esclavos en la plantación en la que habían sido encarcelados.

1.2 El proceso de la liberación de los pueblos nuestroamericanos comenzó en 1492

No basta con calificar a aquellos movimientos iniciales de los pueblos aborígenes, de africanos esclavizados y de negros y mulatos libres como antiesclavistas: estas gestas pertenecen en propiedad al proceso de liberación social y humana donde se forjaron los dos valores cardinales de libertad y de independencia, siglos antes de haber sido proclamados en clasistas banderas por las revoluciones burguesas en el Viejo Mundo. En conclusión, en aquellas cualidades de alta estima forjadas por aborígenes en su lucha de resistencia inicial y, a continuación, junto a ellos, por los negros africanos esclavizados y negros y mulatos libres, descansará el primer concepto de lo que pudiéramos llamar “patria chica”, que dará paso al concepto definitivo de patria soberana, libre e independiente por la que, reiteramos, todavía estamos luchando. A partir de este nuevo enfoque y sistema axiológico, tenemos el compromiso de revisar para escribir nuestra historia nuestramericana, la de Guicaipuro, Paramaconi, Guaicamacuto y el auténtico Manaure y la del guerrillero coriano Bacoa, pasando por los héroes africanos, como Andresote, hasta el último de los rebeldes enfrentados a la explotación de las clases sociales opresoras.

Propongo, pues, una manera distinta de tratar los acontecimientos y a los actores sociales principales que intervienen en ellos: lo hago refiriéndolos a los procesos productivos—tanto de la producción material como no material-- que tienen lugar en toda sociedad, en los que es fundamental la relación de la gente con los medios de producción material en que ella basa su vida o que constituye su fundamento, fuerza o actividad interna sustancial con que ella obra para mantenerse en un tiempo y en un espacio determinados en situación ventajosa. Vamos a echar una hojeada a la situación que experimentaban los diferentes grupos humanos sometidos a la dominación de una clase social esclavista local, unida estrechamente al dominio español en el país y cuyos mecanismos represivos, militares e ideológicos—por antonomasia, los religiosos de la Iglesia católica, brazo cultural del dominio colonial en América-- utilizaba para mantener su privilegiado e infame estatus social. En cuanto a la situación social de estos grupos en Coro, tómense en cuenta los datos sistematizados Miguel Acosta Saignes* para la Venezuela del “arranque” formal de la independencia (1810), cuyo bicentenario estamos celebrando en el presente año. Aquí debió de funcionar el mismo sistema de explotación despiadada ejercido por España en sus territorios coloniales de América y reproducida y, en ocasiones, superada por la clase terrateniente esclavista criolla, frente a los cuales se explicaría mejor la reacción explosiva de los dominados en diversas latitudes de nuestro hemisferio, comenzando por la de los heroicos “jacobinos negros” aquel memorable 14 de agosto de 1791 en Bois Caimán.

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*Para 1810, Venezuela estaba compuesta por un 61,3 % “gente color”, es decir, por negros africanos esclavizados, cimarrones, pardos y negros libres frente al 20,3 % de población “blanca” integrada por españoles y criollos y, finalmente, un 18, 4 % de “indígenas” en condición de tributarios, no tributarios y marginales. La suma de los dos grupos poblacionales “no blancos” nos proporciona casi cuatro cuartos de la población desprovista de medios de producción, fundamentalmente de la tierra sobre la que descansaba la vida del pueblo. Doscientos años después, la Revolución bolivariana sigue teniendo como una de sus tareas prioritarias en su agenda social la lucha contra el latifundio y el garantizar el derecho a la tierra de quienes la han trabajado toda la vida. Miguel Acosta Saignes: Acción y utopía del hombre de las dificultades. La Habana, Casa de las Américas, 1977, p. 45.

II.- El escenario físico de los hechos y sus protagonistas

2.1 El contexto local y regional

Para la fecha (1795) de la insurrección armada de la Sierra coriana, ¿qué comprendía, cómo era el espacio denominado Curiana y por quiénes estaba habitado? En un diccionario* publicado en la época, se nos habla de Coro como una zona “cálida y seca”, de terreno arenoso el que, a pesar de escasear el agua, es “regalada y abundante de cuanto es necesario” por la producción de numerosas especies de frutos y la crianza de ganado vacuno y cabrío, del cual se obtienen quesos y cordobanes, que se exportan a Caracas, Cartagena de Indias y Santo Domingo, igual que mulas y cacao. Esta obra nos pinta este “pueblecillo de indios” como uno en que sus habitantes gozan de tanta salud que los hacía prescindir de médicos.* (*Pedro de Alcedo: Diccionario histórico geográfico de las Indias Occidentales o América. Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1786-1789.) Debido a diversas afirmaciones, este el asunto del área física que abarcaba Coro debe ser cuidadosamente examinado, partiendo de los escasos estudios regionales con que contamos. Debe tomarse muy en cuenta que, en el período prehispánico, se llamaba Curiana un asentamiento aborigen que, según algunos autores, formaba parte de una región firmemente unida al Caribe, por la excepcional extensión física de sus costas—casi de mil quilómetros—y el semejante entramado étnico y cultural que se extiende desde Tierra Firme hasta las denominadas Antillas Holandesas, particularmente a Curazao y Aruba, cuya historia y destino estuvieron raigalmente unidos a los de sus convecinos. De modo que estamos en presencia de una subregión histórico-cultural de caras al Caribe, remarcadamente. Curiana se refería a un espacio poblado por los pueblos caquetíos que habitaban el territorio comprendido en el actual Estado Falcón y el noroeste del actual Estado Lara, entre la Península de Paraguaná y las márgenes del río Tocuyo, aunque para prestigiosos investigadores de la cultura, como Luis Arturo Domínguez*(“Se alzó en la sierra el zambo José Leonardo”, Revista Bigott, número 49, abril, mayo, 1999, p.19, passim) se extendía desde la Guajira hasta el centro de la actual República Bolivariana de Venezuela. También hay estudiosos que la conciben como una comunidad multiétnica que se extendía desde el eje Coro-Paraguaná hasta las cercanas islas de las hoy denominadas Antillas Holandesas, entre las que destacan Curazao, Bonaire y Aruba. Parte de los autores coinciden en que al norte del territorio habitaban los grupos de caquetíos, caribes y ciparacotos, mientras que en el punto geográfico opuesto lo hacían los ayamanes, los cuibas, los gayones y los jirajaras.

Se ha impuesto la pauta de que los caquetíos eran pacíficos aborígenes aplicados a tareas agrícolas y que eran sometidos a la barbarie de los guerreros caribes, lo que provocó un supuesto pedido de auxilio a las autoridades españolas, la que se concretó en el “abrazo del Diao Manaure” con el “noble y generoso” conquistador Juan de Ampíes, quien a la sazón se desempeñaba como gobernador de las “Islas gigantes” Curazao, Aruba y Bonaire. Este relato al estilo de las “historias eclesiásticas” que enseñan en los planteles de la enseñanza elemental es desmontado con la sola mención a los hechos de que dan testimonio los propios invasores españoles, desde las primeras expediciones encabezadas por el capitán Alonso de Ojeda (1499) hasta la llegada a Coro, en 1530, del alemán Nicolás Federmann, durante el dominio de los banqueros alemanes “Welser y Compañía”: desde aquel período inicial de la Conquista de América hubo una activa y sangrienta resistencia de la población aborigen asentada en este territorio. Otros hechos todavía quedan por ser esclarecidos por los historiadores e investigadores de disímiles disciplinas dentro de las ciencias sociales, por ejemplo el que emerge de la siguiente pregunta: ¿qué pasó con Manaure, esfumado de la historia luego de ser impuesta esta idílica visión de lo sucedido, resuelta en la catequización de aquellos supuestos dóciles caquetíos ante la violenta arremetida de los conquistadores? Lo más probable, tal vez, es que haya sido asesinado o desaparecido, sino se fue a su espacio de rebeldía a continuar la lucha que se prolongará en el espíritu de rebeldía hasta el período que nos toca analizar en el presente artículo.

La “verdad verdadera” es que la población aborigen fue diezmada tempranamente por las armas de los “cristianos españoles”, o por las diversas enfermedades que les transmitieron mediante las constantes violaciones de sus mujeres o a consecuencia de la pronta reducción a la esclavitud a que aquélla fue sometida. De aquel genocidio da cuenta temprana, en 1529, el propio Federmann, en su tránsito por La Española rumbo a Coro, al afirmar que “no habitan ni una sola aldea que les pertenezca, sino que son esclavos de los cristianos, es decir, los pocos que quedan, porque casi se han acabado. De quinientos mil habitantes de varias naciones y lenguas que había en la isla hace cuarenta años, no subsisten veinte mil con vida; murieron en gran número de la viruela, otros perecieron en las guerras, otros en la minas de oro donde los cristianos los obligaban a trabajar contra su costumbre…”* (“Bella y agradable narración del primer viaje de Nicolás Federmann el joven, de Ulm, a las Indias del Mar Océano y de todo lo que le sucedió hasta su vuelta a España, escrita brevemente y de divertida lectura”. Traducción del francés hecha por Pedro M. Arcaya. En Rafael Sánchez: Curiana. Coro, Instituto de cultura del Estado Falcón, 1999, p. 17. Impresión facsimilar de una versión de esta obra publicada en 1970.)

Dos siglos y sesentaicinco años después del anterior testimonio de Federmann, seguía predominando en esta región venezolana el mismo sistema capitalista de producción basado en el uso de la fuerza de trabajo esclavo que imperaba en Venezuela desde entonces, impuesto por la clase dominante, mediante la fuerza, a la población “de color”, es decir, a lo que quedó de los pueblos originarios o amerindios, a los africanos esclavizados y a las numerosas modalidades de mestizajes que se produjeron entre los europeos y este arcoíris de pueblos de procedencia étnica diversa puestos en contacto durante el largo proceso de la conquista y la colonización del Nuevo Mundo. La azarosa pigmentación de la piel de la gente originaria del continente y la de los mestizos constituía un signo aceptado identificativo de “primitivismo”, atavismo e inferioridad, para justificar la servidumbre.

Sintetizando: tanto los amerindios, como los hijos de África que al principio se les unieron en el palenque y, los que se les acompañarían más tarde, los mestizos resultantes del entrecruzamiento entre ambos y o con el europeo, estaban sometidos, los dos primeros grupos a un sistema de esclavitud directa y los otros a una de las modalidades de la esclavitud encubierta que se ha prolongado hasta el presente, con más o menos matices diferentes, según el dominio de los imperios que nos conquistaron, es decir, el español, el francés, el portugués, el inglés, el holandés y el más reciente el imperio usa-americano. Este contexto etno-cultural nos permite responder a la pregunta que raramente formulan con claridad meridiana algunos investigadores: ¿de dónde surgieron y quiénes fueron José Caridad González y José Leonardo Chirino para convertirse en líderes revolucionarios de la insurrección armada más importante que se produjo en el Caribe a continuación de la Revolución de Haití? En primer lugar, ambos devinieron líderes de comunidades de gente oprimida de las que surgieron y, en tanta o más medida, fueron fruto de las contradicciones flagrantes que dominaban el escenario social en que se desenvolvió su vida. Su liderazgo fue fruto de la contradicción resultante de la posesión semi feudal de la tierra en que se sostenía el modo de producción esclavista en la región coriana, el uso del trabajo esclavo para obtener plusvalía y su enfrentamiento a un mundo capitalista en cuyo seno se estaban abriendo paso, desde Europa, las condiciones que darían lugar a la Revolución industrial que terminaría por negar drásticamente el empleo de la mano de obra esclava. Con fuerza cuyo impacto en nuestras jóvenes sociedades no tomamos en cuenta, los valores producidos por la cultura burguesa europea llegarían a América, afectando primero a los criollos –hispanos nacidos aquí—y luego a las clases sociales calificadas de “inferiores”: a pobladores originarios, africanos esclavizados y negros y mestizos libres.

2.1 El contexto nacional: la Venezuela colonial esclavista

Para algunos autores, desde fines del siglo XVIII y hasta los primeros años del siglo siguiente, la Venezuela colonial tenía una economía floreciente resultante de la riqueza agrícola y del comercio interno y externo que la catapultaba a una situación de expansión y de bonanza (*José Marcial Ramos Guédez: Contribución a la historia de las culturas negras en Venezuela colonial. Caracas, Fondo editorial IPASME, 2001, p. 45.) En su extensa geografía—“…más de un millón de kilómetros cuadrados, bajo climas y con medios de de vida diferentes…”* (Caracciolo Parra Pérez: Historia de la primera República de Venezuela, tomo I, p. 73, apud Ramos Guédez)—la población negroafricana sería implantada en “el litoral central, las costas de oriente, los valles de Barlovento, el Tuy, Aragua, Yaracuy, al sur del lago de Maracaibo, la Serranía de Coro, algunas zonas de los llanos y de los Andes, etc., en situación, básicamente, de mano de obra esclava o de manumisos o libertos en actividades económicas lucrativas como la minería, la pesca de perlas, la agricultura y, en menor medida, en el trabajo artesanal.

Sin embargo, la estructura económico-social y étnica estaba signada por una concentración tremenda de las riquezas en un por ciento ínfimo de la sociedad enfrentada a más del 80 % de desposeídos y de fuerza de trabajo sobreexplotada, en la que la “gente de color”, integrada por los africanos e “indios” esclavizados, negros, mulatos y mestizos libres, llevaba la peor parte. Especialmente, el color de la piel, y re marcadamente el color negro, remitía a grupos humanos a una condición social y económica: la de los “siervos del trabajo” que señalaba Bolívar en su documento conocido por la Carta de Jamaica. Negro y esclavo eran para la época sinónimos. Y, exportando la experiencia obtenida en las grandes plantaciones del Caribe, en Venezuela fue empleada como fuerza de trabajo esclavo, en la mayoría de sus territorios en cultivos de caña de azúcar, café, algodón, cacao, maíz y añil, entre otros. Estas circunstancias provocaron, tempranamente, la estampida del oprimido a zonas de difícil acceso, como los intricados montes, donde se levantaron distintos tipos de asentamientos humanos rebeldes, entre los que sobresalieron los cumbes o palenques, las rochelas y los patucos. Miguel Acosta Saignes* (*M.A.S.: Vida de los esclavos negros en Venezuela, p.293-294.) calcula que, para fines de siglo XVIII, de un total de 60 mil esclavos existentes en la entonces provincia de Venezuela había 30 mil cimarrones. Las sociedades de negros y sobre todo de cimarrones proliferaron a lo largo y ancho de la geografía venezolana y en ellas los oprimidos alcanzaron la condición de hombres libres a la que nunca volverían a renunciar.

De ahí que, durante su período de dominio en España, los Borbones se emplearan en introducir cambios económicos, políticos y administrativos en sus enclaves coloniales en América para palear tan enconadas contradicciones. Finalmente, estas tardías medidas tendrían su remate en la Real Cédula del Rey Carlos III que dejaría constituida la Capitanía General de Venezuela para permitir la integración “gobernativa y militar” de sus provincias. Pero ni siquiera el Código Negro, emitido en 1789 por la Corona española para evitar los excesos de crueldad, maltratos y constante deterioro de la mano de obra esclava, surtió el menor cambio en su deshumanizante situación; no pasó de ser, según el profesor venezolano Ramos Guédez,* (*Ib., p. 48) uno de los tantos gestos humanitarios inútiles. Esta situación concreta se habría convertido en un caldo hirviente de enconos y violencia reprimida creciente entre las clases marginadas y oprimidas, al que se añadían, por contraste, otros elementos que terminarían por ampliar sus niveles de conciencia –factor subjetivo—conducente a su organización secreta en la que se elaboraría un plan de insubordinación—factor objetivo.

2.2. El contexto europeo y caribeño

En efecto, constituía una flagrante contradicción el que 6 años después de haberse desencadenado la Revolución Francesa que proclamó los principios de la libertad y la igualdad por los que debía regirse la vida humana en sociedad y, especialmente, a escasos 4 de la primera insurrección victoriosa de esclavos en la historia de la humanidad ocurrida en la colonia francesa de Haití, la población aborigen siguiera esperando por el cese de la servidumbre, los esclavos clamaran por su libertad y los mestizos, al igual que todos sin distinción, por la igualdad social. A esta circunstancia socio-económica hay que sumar el agravante del aparato burocrático-represivo que denominamos Estado colonial esclavista existente entonces en Venezuela, el que era detentado por la rígida e ineficiente administración española centralizada en Caracas, en la sujeción de la actividad económica basada en el monopolio comercial concentrado en la Compañía Guipuzcoana y el dominio político que descansaba en un Ejército profesional insuficientemente equipado y entrenado. Como acertadamente señala Luis Brito García, para todo este período el plato está servido para que estas tensiones sociales dadas por las expectativas de los oprimido estallen en esporádicas alzamientos de esclavos, como la del Negro Miguel en Buría en 1552; rebeliones contra el monopolio comercial de la mencionada Compañía, como la del mestizo Andrés López en 1730 y la de Juan Francisco de León en 1749 ; alzamientos en defensa de los fueros locales, como el de los comuneros de Mérida en 1781; (y) rebeliones antiesclavistas, como la de José Leonardo Chirinos en Coro en 1795 (…)”(L.B.G.: Para comprender y querer a Venezuela. Consejo Nacional de la cultura, 2004, p.18, passim)

Mas, ¿cuál fue la situación concreta desde el punto de vista etno-cultural, social y económico existente para que se produjera precisamente en Curiana—no, en ningún otro de la geografía venezolana-- la insurrección encabezada por José Caridad y José Leonardo? Para quienes no prestan atención al factor subjetivo, les recuerdo que los valores se sienten, no se piensan como los conceptos, y los objetos vinculados a los sentimientos, como los asociados a la familia, a los allegados o semejantes por origen o pertenencia común, se convierten en ocasiones en factores desencadenantes de mayor alcance y potencia que los factores objetivos o de relaciones con los bienes materiales, como los intereses económicos bien definidos y tangibles. La frustración de los grupos marginados y excluidosa que se refirió Brito García en el fragmento de su libro que citamos en el párrafo anterior, debe ser analizada a la luz de un marco de mayor crudeza, referido a la sobreexplotación económica y a la opresión racial y cultural sufridos en carne propia por los africanos.

Siempre que reflexiono en torno a este último tema, lo refiero a la violencia desatada por las clases oprimidas de Haití contra sus amos franceses, cuyas cabezas volaron al filo del machete libertador junto a las cabezas de sus seres queridos, en el instante mismo del desencadenamiento de la insurrección después de la ceremonia voduista realizada en Bois Caimán, en agosto de 1791. El grado de esa violencia era proporcional a la violencia con que los amos ejercían su dominio sobre las clases ahora rebeladas, las que no disponían de arma más eficaz que el de su enemistad y su sentimiento de frustración por la injusticia histórica acumulada durante demasiado tiempo. Parecería que esta correlación se manifiesta con el estilo de una ley que rige el enlace y el desenlace de los acontecimientos de cambios trascendentales de la Humanidad, dando fundamento a la afirmación de que la violencia es la partera de la historia. José Leonardo y José Caridad no hicieron otra cosa que ser vehículos de las necesidades de justicia de los grupos humanos a los que pertenecían y éstos supieron poner en ambos los elementos de dinamización para que los guiara y organizaran los elementos que se iban a poner de manifiesto aquel 10 de mayo de 1795. Para acercarnos a tan escabroso asunto, veamos la composición social.

Según ha apuntado el estudioso Luis Arturo Domínguez, se calcula que para entonces había un total de 3,260 esclavos, 960 de los cuales estaban situados en territorios de los actuales Municipios Miranda y Colina, incluyendo su zona rural y montañosa; 600 en los territorios de las serranías de Cabure y San Luis y 400 en la jurisdicción de Casigua (Idem, p.21. ) Este mismo investigador afirma que la propiedad de la tierra estaba concentrada en manos de pocas familias corianas, entre las que sobresalen la representada por José Zavala y su suegro Antonio Zárraga, así como la de Pedro Manuel Chirino y su cuñado José Tellería, este último propietario de la hacienda El Socorro donde trabaja como doméstica la esposa con quien José Leonardo tuvo varios hijos, nacidos en condición de esclavos. Para este último amo trabaja José Leonardo, quien gozaba de tal confianza al punto que lo había acompañado en sus viajes por varias islas del Caribe, incluida Haití, según se afirma en varias fuentes escritas.

Las extensas tierras en manos de la oligarquía terrateniente estaban empleadas en cultivos extensivos, como el de la caña de azúcar, la que proveía la materia prima para su elaboración artesanal en los trapiches y la obtención de las panelas de azúcar; asimismo existían cultivos de frutos menores y de ganado vacuno, asnar, caballar y caprino, animales de los cuales se obtenían cueros para la exportación. Entre las haciendas y hatos pecuarios, la población aborigen y los negros africanos, tanto siervos como libres, se habían aplicado a la producción de frutos menores para la sobrevivencia de sus familias y, dado los vaivenes del mercado hacia el que los amos destinaban los productos agrícolas locales, estos pequeños productores agrícolas vivían en precarias condiciones materiales de existencia y, cuando lograban algunos excedentes productivos, se veían obligados a trasladarlos en hombros o a lomo de burro a Coro o a otros sitios poblados, no para venderlos sino para intercambiarlos por bienes de que carecían en el campo. En el camino, estaban obligados a pasar por numerosas las alcabalas, en las que los agentes allí apostados aplicaban impuestos draconianos y en muchas ocasiones los despojaban de sus bienes, al transitar hacia cualquier sitio o al regreso de éste a sus tierras de origen. Mas en este contexto de explotación y extorsión local, actuaban otros factores políticos que deben ser explicados a partir de lo que había estado ocurriendo en Europa, específicamente en Francia y que tienen su repercusión en la España monárquica; esos factores, junto con sus expresiones en la cultura, se colocaron en línea para precipitar las protestas de los oprimidos en la sierra coriana ante tantas y tales injusticas, en apariencia sólo de tipo económico.

Desde el arranque del largo período en que se instituye el sistema capitalista a nivel planetario con la marca del coloniaje --desde 1492 al 1783 (Guerra de independencia de Estados Unidos o de las Trece Colonias en Norteamérica, iniciada en 1775 ) y al , (Revolución haitiana en el Caribe, iniciada en agosto de 1791 )—, en el Occidente cristiano europeo, el floreciente y lucrativo comercio de esclavos excita tempranamente el enfrentamiento entre los Imperios colonialistas, cuyas empresas dedicadas al tráfico de “piezas de ébano” se disputan los territorios del África subsahariana, donde establecen sus factorías o enclaves para garantizar el dominio de dicho comercio. A menudo, estas disputas desembocan en guerras entre los nacientes Estados nacionales, como las desatadas por Francia e Inglaterra contra España en 1780. Durante el período conocido como el del “reformismo de los borbones” franceses en España—con el interludio de la Guerra de Secesión española (1702-1714) en que enfrentaron la Corona hispana de Carlos II los imperios ingleses, del Sacro Imperio y el de las Provincias Unidas u Holanda para impedir que un noble francés, Felipe de Anjou, ocupara el trono madrileño—hubo un esfuerzo porque los cambios se extendieran a las colonias de América, especialmente durante el reinado del monarca Carlos IV (1788-1808.)

Este último gobierno monárquico, coincide con el tiempo de la burguesa Revolución Francesa (1789-1799), inspirada en las ideas de la libertad y la igualdad elaboradas por el movimiento filosófico y cultural europeo de la Ilustración, lanzadas al mundo, y que llegaron a América por diversas vías y medios*. (*En este contexto debe tomarse muy en cuenta que este movimiento tiene considerables repercusiones en la cultura española, entre la que destacan incluso algunos ministros, como Gaspar Melchor de Jovellanos, considerado como su máximo representante en el gobierno.) Entre los importantes resultados de este cambio socio-político, filosófico e ideológico radical, sin duda que uno de los más significativos lo constituye el cuerpo de las numerosas leyes que pusieron fin al antiguo régimen feudal y, entre ellas, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) tendría una repercusión decisiva en la mentalidad de una clase social que emergía en nuestro continente. Haciendo un ejercicio de imaginación sociológica, se explica la insistencia en la expresión de la “ley francesa” entre los implicados en la insurrección conocida como la de los “negros de la sierra coriana.” En París, la Asamblea Nacional es sustituida por la Convención Nacional, dominada por el ala radical de la clase burguesa y que procede a instaurar la República, luego del guillotinamiento del rey, al que siguió la instauración del Tribunal Revolucionario que impuso las ejecuciones sumarias para detener la oposición al cambio, tanto interna como externa. ¿Acaso estos trascendentales acontecimientos no llegaron a oídos de los descendientes de hispanos nacidos en América, de los criollos y, a través de sus comentarios, a los de sus siervos?

III.- Los actores sociales protagonistas del levantamiento armado del 10 de mayo de 1795

En efecto, todos los elementos de orden subjetivo que hemos mencionado terminarían por introducirse en los parajes más apartados de la geografía venezolana, incluida la olvidada Sierra Coriana, en la que, ¿qué había estado ocurriendo entre las clases marginales?

A las tensiones entre las grandes potencias europeas, hay que añadir el enfrentamiento entre el monarca español Carlos IV y su hijo Fernando VII, agravada más tarde por la pretensión de la burguesía gala por anexar a España a Francia.

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Desde 1783 comenzó la elaboración del Carolingio Código Negro que las autoridades españolas se esforzarían por impedir que se hiciera efectivo en sus posesiones coloniales del Nuevo Mundo.